“ Inquietud violencia árbol desarraigado
flecha viento el ave las alas arrancadas.
Las alas arrancadas la tierra al fondo del agua
arrastra como mis manos de amor y vaguedad.
El fango al fondo del agua el vaso nebuloso
la palmaria sustancia de la cual saldré.
Y habré de huir porque yo impongo al espacio
ese alto muro que en todo momento constituye mi muerte.
Ese muro huyendo de los días eternos mi morada».“El muro” poema de Paul Éluard.
En marzo de 1919 André Breton, Louis Aragon y Philippe Soupault fundan la revista “Litteráture” como escaparate del movimiento Dada, que Tristan Tzara había creado en Zurich tres años antes. En sólo cinco años, el escaparate se comió la tienda y el Surrealismo se desprendió definitivamente del dadaísmo; en 1924, el primer <<Manifiesto del Surrealismo>> marcó las distancias y aglutinó en torno a André Breton, líder indiscutido entonces, a escritores como Paul Éluard, Benjamín Péret, René Crevel, Antonin Artaud, Robert Desnos y artistas como Max Ernst, Arp, Chirico, Masson, Man Ray o Tanguy.
Durante este primer período heroico de su existencia, el grupo surrealista se señala por una actitud provocativa a ultranza: cartas injuriosas, anatemas, juicios bufos (el más famoso fue el de Maurice Barrés, escritor y político antisemita, que acuñó el término <<nacional-socialismo>>), escándalos públicos de todo tipo – por otra parte bastantes coherentes con la atmósfera anticonformista de los locos años veinte -, y, en suma, tratan de barrer violentamente toda moral y estética tradicionales. Asimismo al haber descubierto el poder de los <<mass media>>, no dejan a nadie indiferente. Mas el grupo se disgregó cuando quiso trocar sus viscerales revueltas por un programa revolucionario más coherente, que la crisis incipiente exigía a unos y que otros rechazaban.
El <<Segundo Manifiesto>>, ya en 1930, consuma la ruptura entre los fieles seguidores de Breton y los que van a engrosar las filas de tal o cual partido y deben renunciar a la autonomía. Se abre entonces un período de querellas internas que, bajo el peso de los acontecimientos y luego de la Segunda Guerra Mundial, marginará progresivamente al grupo de André Breton y acabarán por dejarlo solo. Durante los últimos veinte años, los vestigios del movimiento surrealista han seguido un curso parecido al del rio Guadiana; unas breves tentativas de sus supervivientes para hacer resurgir el fervor de los orígenes no han conseguido revitalizar un grupo que hoy en día tiene más exégetas que militantes.
Pese a la brevedad de su vida real, el movimiento surrealista constituye el más importante de la primera mitad del siglo, no sólo en Francia, sino en toda Europa; su peso específico fue tal que la historia de la literatura y del arte de nuestro tiempo se ordena y valora en contra de sus posiciones o a partir de ellas. Sin embargo no debe exagerarse el alcance del pensamiento surrealista: fue menos innovador de lo que invita a pensar la energía con la que se dio a conocer. Al fundar el acto poético sobre lo irreal, el sueño o lo irracional, los surrealistas llevaban ciertamente el pensamiento de Freud al terreno de la creación literaria, pero eran también los fieles continuadores del romanticismo alemán y de los precursores del simbolismo francés.
Así, como ellos, los simbolistas, los surrealistas asumieron la contradicción consistente en tener que utilizar la lucidez, la coherencia sintética, la lógica cartesiana para demostrar la excelencia de sus postulados, entre los cuales el peor interpretado fue ciertamente el que erige lo absurdo en ideal estético. Y es que para los surrealistas, el quehacer artístico constituye una actividad total adecuada para resolver todos los problemas de la existencia humana, empezando por la más fundamental, el de la libertad. <<La palabra libertad es la única que sigue exaltándome>>, escribe Breton; ya que para ellos supone a la vez – y complementariamente – una ética, una poética y una política, es decir, en definitiva, un arte de vivir, en el que no tienen cabida las cortapisas que se interponen entre la vida y su expresión, por ejemplo el lenguaje y las preocupaciones retóricas que le dan forma.
De ahí que la escritura automática, y un cierto terrorismo de cara al público, al cual quizá no se ha explicado suficientemente que para los surrealistas los imperativos de la comunicación no constituyen una premisa de obligado cumplimiento. Se espera todo del lenguaje (tanto literario, cinematográfico o pictórico) a condición de que se olvide ante todo que es lenguaje y sirve para comunicar; en ese sentido, el poeta surrealista utiliza una escritura mística siempre dispuesta a emprender un viaje al final de la noche. La gratuidad de los juegos del lenguaje no debe interpretarse como una pregunta a la que cada cual debe dar respuesta, sino como una invitación al monólogo interior.
Así pues, lo que Breton llama surrealismo no constituye una poética nueva, una literatura diferente, sino un crisol en el que convergen y se funden los distintos componentes del ser humano, el lugar en que los contrarios dejan de percibirse como irreconciliables y se pueden integrar en un todo armonioso. El mundo onírico se concibe así como el único lugar en el que lo vetado puede cobrar vida: <<Todo inclina a pensar – dice Breton – que existe una zona del espíritu en la que la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y el futuro, lo de arriba y lo de abajo, dejan de percibirse contradictoriamente. Y desde luego huelga buscar otro móvil para la actividad surrealista que la esperanza de descubrir esta zona>>.
España es posiblemente el país europeo en el que la repercusión del surrealismo sobre la literatura fue mayor. En nuestro país fue conocido tempranamente ya que a la traducción del “Manifiesto” en 1925 hay que añadir las visitas de André Breton a Barcelona, en 1922, y la de Louis Aragon a la Residencia de Estudiantes de Madrid en 1925. Allí estaban Luis Buñuel, Federico García Lorca, Salvador Dalí y otros muchos. No obstante, la difusión del surrealismo en España se debe mucho al poeta Juan Larrea. Juan Larrea, nació en Bilbao en 1926 y falleció en Córdoba, Argentina en 1980 y se inició en el ultraísmo y el creacionismo, pero ya en 1924 conoce a los surrealistas en París, donde residirá desde 1926. Escribe entonces en francés, pero sus versos son traducidos en España por Gerardo Diego; poemas que responden al surrealismo más puro y revelan una notable capacidad creadora.
A Larrea debe atribuirse, según Luis Cernuda, la orientación surrealista de varios poetas de la Generación del 27. Para otros es fundamental la influencia de Dalí o de Buñuel, pero lo cierto es que casi todos los componentes del grupo, en cierto momento de su evolución, quedaron fuertemente marcados por el surrealismo. A su influjo se deben dos libros tan fundamentales como “Sobre los angeles” de Rafael Alberti o “Poeta en Nueva York” de García Lorca, así como buena parte de la obra de Vicente Aleixandre. El mismo Cernuda llegó a decir que el surrealismo francés <<obtiene con Aleixandre en España lo que no tuvo en su tierra de origen: un gran poeta>>.
Ante tales logros, debe señalarse, sin embargo, que, en general, el surrealismo español no es <<ortodoxo>> ; nuestros poetas no llegaron a los extremos de la pura creación inconsciente, ni practicaron la escritura automática, por ejemplo. En sus poemas puede percibirse siempre (por difícil que parezca) una intencionada idea creadora como hilo conductor de las mayores audacias. Lo que si hubo es una liberación de la imagen, desatada de bases lógicas, y con ello un enriquecimiento prodigioso del lenguaje poético.