“Raskólnikov permaneció de pie frente a la vieja. ¡Tiene miedo!, pensó; sacó el hacha del lazo, sin hacer ruido, y golpeó a la vieja en las sienes, una y otra vez. Pero cosa rara; a pesar de los golpes, ni siquiera se movió, como si fuese de madera.”
‘Crimen y castigo’ – Fiódor Dostoievski
Fiódor Dostoievski nació en Moscú en 1.821, de padres de ascendencia lituana. Se formó y trabajó como ingeniero antes de escribir su primera novela, “Pobre gente” en 1.846, en la que describía las condiciones materiales y mentales de la pobreza. En el año 1.849 fue arrestado como miembro del Círculo Petrashesvski, grupo de intelectuales socialistas. Después de sufrir el tormento de un fusilamiento fingido, fue condenado a cinco años de trabajos forzados en Siberia, donde comenzó a padecer ataque epilépticos. Tras su liberación y por problemas económicos, acuciado por sus acreedores, empezó un exilio voluntario en Europa. Después de morir su primera esposa, en 1.867 contrajo matrimonio con Anna Grigórievna Snítkina, con la que tuvo cuatro hijos; ella le ayudó como secretaría y gestionó la economía familiar. Acosado por la enfermedad, murió en 1.881 en su ciudad natal.
“Crimen y castigo”, publicada en 1.866, tiene claros antecedentes en la novela folletinesca francesa, con situaciones dramáticas llamadas a mantener vivo el interés del lector. En la obra de Dostoievski la acción se desarrolla en torno al asesinato de una vieja usurera, que da lugar a un tenso duelo psicológico entre la policía y el autor del hecho. Pero el autor coloca el desenlace final al comienzo, revela desde el pricipio que el autor del crimen fue Rodión Raskólnikov; de esta forma queda neutralizado todo lo que pueda abstraer de las motivaciones interiores del asesino y de las consecuencias psicológicas y morales del asesinato. Rodión es un estudiante que se ve obligado a abandonar la Universidad, asediado por la pobreza, que se hace más desesperanzada en la atmósfera gris, húmeda e insana de San Petersburgo. Su hermana Dunia, una hermosa muchacha, queriendo ayudar a Rodión, accede a casarse con Luzhin, hombre rico pero canallesco. Rodión no acepta ese sacrificio de su hermana. Pero con la renuncia a la boda la situación sigue sin resolverse: la vida está hecha de tal manera que para poder vivir hay que transgedir las leyes de la sociedad; porque el canalla no es el hombre, sino todo el género humano. Llevado a estas conclusiones Raskólnikov deduce que las violaciones de esas normas morales establecidas por la humanidad no es un delito. Extrae esa conclusión no sólo de unos hechos concretos, sino de sus profundas reflexiones en torno a los límites de la condición humana. Ese es el problema moral y filosófico que Dostoievski intenta resolver en su novela y que adquirió una actualidad especial en los años en que se derrumbaban los viejos pilares patriarcales. Raskólnikov estima que el progreso histórico es imposible sin padecimientos y sin víctimas. Por lo tanto, en la historia siempre hubo dos categorías de hombres: los “animales temblorosos” que sufren y aceptan cualquier orden de cosas, y los que violan las normas morales que acata la mayoría para imponer sus propias normas. Paradigma de los últimos es Napoleón. ¿En qué categoría se inscribe Raskólnikov? ¿Es un animal tembloroso o pertenece al grupo selecto de los superhombres llamados a imponerse al hormiguero humano?. Los motivos que le inducen al crimen son no sólo sociales, sino también , y en mayor medida, psicológicos; se basan en una constante biológica, en la que el fuerte se impone al débil.
Raskólnikov conoce la existencia de una vieja usurera, que amasó una fortuna con el dolor del prójimo. La muerte de la usurera daría respuesta a las muchas interrogantes de Rodión sobre su propia personalidad y su derecho a violar unas leyes morales que otros aceptan con resignación. Por ejemplo, ¿es lícito asesinar a una persona mala si con ello se puede salvar a muchos? ¿Puede un crimen quedar moralmente contrarrestado por mil acciones buenas?. Además de estos motivos, existe otra razón que Raskólnikov, una vez cometido el crimen, formula así: “La maté sin más; la maté para mí, para mí solo: en ese instante probablemente me daba igual tenerme por bienhechor de alguien o pasarme la vida como una araña, atrapando a todos en la tela y chupándoles la sangre”. Así, Dostoiesvski ensancha el sentido de Raskólnikov y de otros personajes de su obra para mostrarnos que en su tragedia, además de las circunstancias opresivas, evidentes sobre todo en la época de la acumulación capitalista inicial y en una gran urbe, influyen en gran medida las profundas contradicciones sin solución que el hombre lleva dentro de sí; son, pues, tragedias de la conciencia. Por eso trascienden los marcos geográficos e históricos concretos y adquieren rango universal. La consumación del crimen, lejos de despejar las incógnitas perturbadoras, hizo más difícil la existencia del protagonista, que quedó aislado de aquellos a quienes pretendía ser útil. Paradójicamente, su vocación social es uno de los factores que con más fuerza le arrastran a perpetrar el asesinato. Escrita en una época de profunda crisis social, con una creciente radicalización del movimiento de oposición, la novela advierte de la peligrosidad de algunos propósitos supuestamente piadosos, en los que subyace una razón contraria al humanismo y que al arraigar en la mente se apoderan de la voluntad y la conciencia. Al final de la obra el juez investigador deshace el equívoco de Raskólnikov con estas palabras: “Menos mal que sólo se le ha ocurrido matar a una vieja. Con otra teoría habría cometido una fechoría cien millones de veces peor que esta”. En su necesidad desesperada de hallar justificación a lo hecho, Rodión Raskólnikov se encuentra frente a frente con aquellos a los que más detesta. La teoría sobre el hombre excepcional, al que le está permitido todo, una vez llevada a la práctica lo sitúa a la altura de un personaje detestable, el suficiente Luzhin, con su teoría de “te amarás a ti mismo antes que al prójimo”. El asesinato, pues, significaba aceptar la ética canallesca de Luzhin.
El problema de la culpa y de la redención en “Crimen y castigo” puede también interpretarse, con una mirada profana, no religiosa, eso explicaría que la tendencia de Rodión es la de un hombre desesperado por lo temporal, por la ausencia de estabilidad ideológica. No se puede olvidar que él es un estudiante, imbuido por todo el pensamiento filosófico de la época, y que este pensamiento era una mezcla de escepticismo y su contrapartida, el positivismo, la feroz doctrina que puso en marcha, precisamente en la época de la novela, todos los recursos del hombre en pos del progreso. Así nuestro hombre se encuentra sometido por estas dos fuerzas antagónicas. Es un nihilista pero debe ser positivo, creer en el progreso; en pocas palabras, debe incorporarse a la actitud que su tiempo le impone. La negación a aceptar este dictamen está representado por el crimen mismo. Matando no tendrá la responsabilidad de pagar el tributo que la sociedad espera de él. El acto de matar no tiene la significación de un simple acto de rapiña. A través de él, Raskólnikov espera realizar un gesto supremo de originalidad, desafiando las fuerzas, incluidas las divinas, que lo mantienen en la condición de paria social, de pensador fracasado y, por último, de hombre que ha retado la unidad del cosmos. Antes del crimen aparece como la anticipación del superhombre nietzscheano; cometido aquel, surge la vigencia del bien y del mal, la derrota del arrepentimiento.
Otro de los personajes, Svidrigáilov, hombre rico como Luzhin, tiene unas aspiraciones muy próximas a las de Raskólnikov. El también pretende ser superior a los demás. Pero este es el super-hombre en su aspecto más vulgar e impúdico. El derecho a situarse por encima del prójimo, proclamado por Svidrigáilov, tahur y cínico, deviene cruda y miserable parodia de las aspiraciones sublimes de Raskólnikov. El joven estudiante aparece así tragicamente escindido entre dos conceptos morales antagónicos. Raskólnikov, que sentía la vocación de ser útil a los demás, se encuentra aislado. Con la sangre vertida, él mismo trazó la raya que le separa de los suyos. El protagonista inicia una contradictoria resurrección moral. En este sentido es de gran importancia el contacto con la realidad de los Marmeládov, una familia que vive en la más completa miseria y en la cual la humillación moral y social del ser humano llega hasta el fondo. Aquí conoce a Sonia, que comercia con su cuerpo para mantener a la familia. Sonia también está marginada de la sociedad, pues ha transgredido la moral establecida. Pero ella es el contrapunto de Raskólnikov y representa a la humanidad buena. Su fe en Cristo hace de esta humilde y tímida joven un ser superior al homicida. Por lo tanto ella, no puede servir de justificación a Raskólniov, que atentó contra uno de los principios cristianos básicos: el de “no matarás”. El hombre no está autorizado para decidir sobre la vida de los demás. El no puede guardar el secreto del asesinato, que le aísla del resto, y confiesa a Sonia su crimen. Ella no le condena, pero estima justo que expíe su delito con el castigo y se gane el perdón de Dios y de los hombres. Sonia, que representa la fuerza vivificante de la mujer, está dispuesta a compartir con Rodión sus padecimientos y le acompaña a Siberia, el terrible lugar al que fue sentenciado por su crimen.
Desde un punto de vista lógico, “Crimen y castigo” podría ser una novela completamente incomprensible, pues su claridad es más bien la de una novela policíaca. Pero la confesión nos arrastra con su empuje y con el deseo de fraternizar con Raskólnikov a toda costa, sentir la fraternidad solidaria y al mismo tiempo huérfana, pero que lleva en sí por lo menos la huella de un Padre. El lector se halla en plena presencia del principal poder literario de Dostoievski: su capacidad hipnótica para hacer que nos consubstanciemos con la pasión del personaje y vivamos su drama, o mejor, que ese drama se haga nuestro como un nuevo calvario personal y secreto, una ceremonia humana y descarnada. Lentamente repetimos cada uno de los gestos, con una mímica infernal, sabiendo que detrás de esas palabras debe existir una redención, tal como el autor quiere para su personaje. Tal vez sea el arte, en este caso, el acto de escribir de Dostoievski, la catarsis atroz a través de la cual nos sentimos solidarios del mal y del bien del alma humana. Si miramos estas criaturas sometidas por el deseo podemos caer en la tentación de echar una mirada fría y encontrarlo todo absurdo. Pero cuando se interioriza el horror, todo se hace nuestro. Y en el momento de dejar el libro nos parece haber salido de un sueño calenturiento y profético.