“- URBANO: ¡Vamos! Parece que no estás muy seguro.
– FERNANDO: No es eso Urbano. ¡Es que le tengo miedo al tiempo! Es lo que más me hace sufrir. Ver como pasan los días, y los años…sin que nada cambie. Ayer mismo éramos tú y yo dos críos que veníamos a fumar aquí, a escondidas, los primeros pitillos…¡Y hace ya diez años! Hemos crecido sin darnos cuenta, subiendo y bajando la escalera, rodeados siempre de los padres, que no nos entienden; de vecinos que murmuran de nosotros y de quienes murmuramos…Buscando mil recursos y soportando humillaciones para poder pagar la casa, la luz…y las patatas. Y mañana, o dentro de diez años que pueden pasar como un día, como han pasado estos últimos…., aborreciendo el trabajo…, perdiendo día tras día…Por eso es preciso cortar por lo sano.”Fragmento de “Historia de una escalera”
Antonio Buero Vallejo nació en Guadalajara el 29 de Septiembre de 1916. Desde su infancia se interesa por la literatura, sobre todo por el teatro. Estudia en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y, acusado de <<Adhesión a la rebelión>>, permanece en prisión desde 1939 a 1946. Allí coincide con Miguel Hernández y entablan una fuerte amistad. Al ser puesto en libertad comienza a colaborar en diversas revistas como dibujante y escritor de pequeñas piezas de teatro. Su debut se produce en 1949 con la publicación de “Historia de una escalera”, obra galardonada con el Premio Lope de Vega y que tuvo un gran éxito de público en el Teatro Español de Madrid. Durante la década de los cincuenta escribe y estrena en España y en el extranjero obras tan significativas en su trayectoria literaria como “La Tejedora de sueños” de 1951, “La señal que se espera” (1952), “Casi un cuento de hadas” de 1953, “Madrugada” del mismo año, “Hoy es Fiesta” (1956) o “Un soñador para un pueblo” de 1958.
A pesar de sus problemas con la censura vigente, sigue estrenando títulos como “El concierto de San Ovidio” de 1962, “Aventura en lo gris” (1964), “El tragaluz” de 1967 – que se mantiene en cartel durante casi nueve meses- o “Las Meninas” cuyo estreno obtiene un éxito sin precedentes. Además prepara versiones de Shakespeare, como “Hamlet, príncipe de Dinamarca” y Bertolt Brecht (“Madre Coraje, y sus hijos”). Posteriormente realiza un ciclo de conferencias en varias universidades estadounidenses y en 1971 ingresa en la Rea Academia Española, y, más tarde, es nombrado socio de honor del Circulo de Bellas Artes y del Ateneo de Madrid. Asimismo pertenece a diversas academias, comités y sociedades de América, Portugal, Alemania y Francia. Durante los primeros años de democracia en España Buero no cesa de estrenar obras: “Jueces en la noche” de 1979, “Caimán” (1981) y “Dialogo secreto” de 1985, o su versión de ”El pato silvestre” de Henrik Ibsen, en 1982. En 1986 recibe el Premio Miguel de Cervantes por toda su trayectoria literaria. Antonio Buero Vallejo compagina su éxito en el campo de la literatura con su otra gran pasión, la pintura. En 1993 publica “Libro de estampas”, donde se recogen pinturas acompañadas de textos inéditos del autor. En 1997 ve la luz su última obra, “Misión al pueblo desierto”, estrenada en Madrid dos años después. En 1998 es nombrado presidente de honor de la Fundación Fomento del Teatro. Antonio Buero Vallejo falleció en Madrid el 29 de Abril del año 2000, a los 84 años.
Antonio Buero Vallejo es quizá el autor teatral más importante y, desde luego más representativo de la España de posguerra. Su primer estreno, “Historia de una escalera” de 1949, original síntesis de dos herencias tan dispares como el sainete y la tragedia de Unamuno, supuso una abierta ruptura con el teatro que se venía haciendo en España en los diez años inmediatamente anteriores. Dicho primer estreno anticipaba también la significación que tendrá Buero desde aquel momento: su empeño en escribir un teatro trágico, que desde García Lorca y hasta entonces, ningún autor español había acometido, y en armonizar la pureza y el criticismo de su arte con un amplio éxito de público. Pero es su drama “En la ardiente oscuridad” (primero que escribe, en 1946, aunque el estreno date de 1950) el mejor punto de partida para acercarnos a este universo dramático.
Debemos señalar enseguida algunos datos biográficos del autor que anteceden inmediatamente a la escritura de la citada obra: estudiante de Bellas Artes en el Madrid de la II República; soldado republicano desde 1936 a 1939; muerte del padre, fusilado en Madrid en 1937; condenado a muerte en 1939, hasta la conmutación de la pena ocho meses después; recluido durante seis años en diferentes colonias penitenciarias……Cuando recobra la libertad abandona la pintura y empieza a escribir. Que el primer drama que escribe sea “En la ardiente oscuridad” es algo que, si puedo decirlo de este modo, da que pensar. Sin embargo, en la superficie, “En la ardiente oscuridad” no guarda relación con tales hechos. Sólo cuando penetramos en la estructura trágica, profunda, de esta obra – una obra que prefigura todas las demás del autor – comprendemos que el teatro de Buero Vallejo surge a causa y frente a la guerra y la posguerra españolas.
“En la ardiente oscuridad” es un drama sobre ciegos. En un centro para estudiantes invidentes, donde domina una pedagogía consistente en ignorar la situación de la ceguera – como una forma de intentar superarla , aparece un nuevo alumno, Ignacio, el protagonista, que opone a las mentiras oficiales del centro una afirmación rebelde: la verdad de que es ciego, la verdad de que todos son ciegos y de que necesitan ver. La ceguera, como símbolo de las limitaciones humanas, y la necesidad de ver, como símbolo de la aspiración de lo absoluto, son claves fundamentales para entender el pensamiento de la obra. La antinomia Ignacio – Carlos (éste último alumno destacado del centro) y la muerte del primero a manos del segundo es otro aspecto que debemos destacar para poder añadir inmediatamente que “En la ardiente oscuridad” contiene de manera expresa o esboza estas constantes del teatro de Buero: la antinomia <<activos – contemplativos>>; las taras físicas, además de la ceguera, la locura, la sordera, etc., que pueden homologarse con aquella; una imagen totalizadora de lo humano, que abarca los conflictos sociales y políticos y, simultáneamente, el misterio del mundo y de la vida, etc.
Estas y otras características nos han servido de hilo conductor para llegar a la estructura profunda del teatro de Buero Vallejo, pudiendo proponer así una interpretación nueva del mismo. En esa estructura hemos hallado primero un trasfondo mítico siempre presente o latente: la tríada Edipo, Don Quijote y Caín-Abel y segundo, una presencia-ausencia de Dios, de acuerdo a una visión trágica: un Dios que no es el de las religiones, Dios de certezas, sino el Dios incierto y equívoco de la tragedia, el Dios de Pascal y de Racine. Ambas dimensiones son complementarias entre sí y demuestran la enorme coherencia del teatro de Buero en el ámbito de lo trágico; pues, al fin, es impensable una tragedia sin mitos y sin dioses. Comprobamos así que el teatro de Buero apunta a la necesidad de <<recuperar a Dios, o, lo que para nosotros es sinónimo de esto y menos ideológico, la comunidad y el universo. Esta búsqueda, esta restauración de la conciencia trágica, adquiere todo su sentido al comprobar que se produce frente a las ruinas materiales, morales y culturales de la España de posguerra.
A partir de “En la ardiente oscuridad”, el teatro de Buero Vallejo se ha ido desarrollando en una línea espiral, como sucesivas reelaboraciones de ese trasfondo mítico y de esa necesidad de encontrar <<la comunidad y el universo>>. No obstante, y de acuerdo con ciertos rasgos temáticos y formales, cabe aislar sus obras en tres diferentes grupos: 1º Aquellas obras que se nos presentas como un proceso crítico a la sociedad española, inmediatamente reconocible. Así “Historias de una escalera”, en cuyo único escenario, una escalera de vecindad, transcurren treinta años de exasperada vida española (la Guerra Civil se supone entre los actos II y III), a través de una gran variedad de personajes pertenecientes a la clase media baja o a la clase obrera, de entre los cuales destacan Urbano, un obrero de mentalidad solidaria y colectivista, y Fernando, un dependiente individualista e insolidario. El fracaso de ambos en su vida privada y en su vida civil expresa una idea de la existencia y un documento social-político. Así también “Hoy es fiesta” de 1956, cuya acción transcurre en una azotea. Asímismo, “Las cartas boca abajo” de 1957, de corte naturalista, a lo Chejov, que transcurre en un interior y trata del fracaso de un opositor tanto en lo profesional como en lo familiar. Y finalmente, “El tragaluz” de 1967, con su semisótano lleno de resonancias míticas, donde presenciamos la historia de una familia española destrozada por la Guerra Civil. Una escalera, una azotea, un interior, un semisótano….Se diría que la acción de estos cuatro dramas se desarrolla en una sola casa y que ésta es como un símbolo de la España de su época.
En el segundo grupo integraríamos aquellas obras que avanzan en un terreno neosimbolista: “La tejedora de sueños”, “La señal que se espera”, ambas de 1952, “Casi un cuento de hadas” (1953), “Irene o un tesoro” y “Aventura en lo gris” de 1954. En contraste con las anteriores, aquí advertimos la explícita presencia de situaciones o de figuras fantásticas, así como en obras posteriores del dramaturgo como “El sueño de la razón” de 1970, “Llegada de los dioses” (1971) y “La fundación” de 1974, que coinciden en esta exteriorización de lo fantástico. Y, finalmente, en un tercer grupo podíamos incluir aquellas obras que se alzan como un proceso crítico a la historia de España: “Un soñador para un pueblo” de 1958, sobre el Motín de Esquilache; “Las Meninas” (1960), sobre este cuadro de Velázquez y, a través suyo, sobre la España – <<alucinante y alucinada>>, como la llamó Ortega – de su tiempo, y la ya citada “El sueño de la razón”, sobre Goya y los más sombríos años de la dictadura absolutista de Fernando VII. Convergen estos dramas en indagar en momentos fronterizos de la Historia de España, situaciones decisivas en las que parece haberse fraguado nuestro presente.
En estrecha vecindad con tales obras, hay que destacar “El concierto de San Ovidio” de 1962, una de las creaciones más completas y perfectas de Antonio Buero Vallejo (junto con “Las Meninas” y “El tragaluz”), donde se dramatiza un hecho real, ocurrido en la Feria de San Ovidio de París, en 1771: una orquestina bufa de ciegos, espectáculo denigrante que impulsó al pedagogo Valentín Haüy a consagrar su vida a la educación e incorporación de los invidentes a la sociedad. Relevantes son también “La doble historia del doctor Valmy”, escrita en Chester, Inglaterra en 1968, y “La fundación”, ya citada; ambas son como una sola historia: una historia de verdugos y de víctimas, y una impugnación contra la crueldad en las luchas políticas del mundo contemporáneo. Podemos añadir todavía, para completar los títulos del teatro de Buero, su pieza en un acto “Las palabras en la arena” de 1949, y sus versiones de “Hamlet” y de “Madre Coraje”, como asimismo, y en el campo del ensayo y la erudición, su libro “Tres maestros ante el público” de 1973, donde glosa las figuras de Valle Inclán, Velázquez y Goya.
Desde un punto de vista formal, el teatro de Buero es una encrucijada de caminos estéticos y un poderoso y continuado esfuerzo de síntesis de tendencias anteriores, especialmente del realismo y del simbolismo. Aportación técnica muy sobresaliente es su estudio del espacio escénico y el intento de incorporar al espectador a la escena, haciéndole compartir la ceguera, la sordera, la locura..etc., de los personajes protagonistas. A esto de la ha llamado <<efectos de inmersión>>, y pueden apreciarse , sobre todo en obras como “En la ardiente oscuridad”, “El sueño de la razón”, “Llegada de los dioses” y “La fundación”. Pero estas y otras contribuciones formales no son sino la manifestación externa de una estructura trágica profunda, que nos permite entender toda la obra de Buero como el mensaje de un naufrago: Un naufrago que tiene plena conciencia de la magnitud de una catástrofe y que, simultáneamente y tercamente, se afirma a sí mismo en la esperanza de salvaguardar ciertos valores esenciales. Se trata en este caso de unos valores esenciales a una cultura y, paralelamente, como es peculiar en la <<visión trágica>>, de unos valores esenciales a la dignidad de vivir.
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