“..Luego, dirigiendo una postrer mirada sobre aquel apuesto joven, que tendría lo más veinticinco años y a quién dejaba anegado en su sangre, privado de sentido y quizá muerto, suspiro pensando en el extraño destino que obliga a los hombres a destruirse unos a otros por los intereses de personas que les son extrañas en absoluto, y que algunas veces ni siquiera saben que existen”.
Fragmento de “Los tres mosqueteros”.
Alejandro Dumas nació el 24 de Julio de 1.802 en Villers-Cotterests, Francia. Hijo de un general a las órdenes de Napoleón Bonaparte. Su abuelo fue el marqués Antoine- Alexandre Davy de la Pailleterie, casado Marie-Sessette Dumas, una esclava negra de las islas Indias del Oeste de Santo Domingo. A temprana edad quedó huérfano y a merced de una exigua pensión que le correspondía a su madre viuda, no pudiendo recibir más educación que la escasa y precisa a sus rentas. Después de dos años en la escuela pasó a ser pasante de un notario en su pueblo natal. En 1.819 escribió su primer trabajo literario. En 1.822 viaja a París y continua escribiendo y completando su formación de manera autodidacta. En 1.829 se estrena su obra “Enrique III y su corte”, representada en la “Comédie Française”, y consigue gran notoriedad. A partir de ese momento el éxito le acompañará a lo largo de toda su vida, sobre todo con el género de drama en la novela histórica. Fue un escritor muy prolífico, con cerca de 1.200 volúmenes publicados. Su popularidad fue enorme hasta sus últimos días. Alejandro Dumas murió de un ataque al corazón el 5 de Diciembre de 1.870 en casa de su hijo, el también escritor de su mismo nombre. Tenía 68 años.
En la historia de la literatura encontramos autores que, para que les llegara la inspiración, tenían que escribir enfundados en una determinada prenda. Alejandro Dumas, padre, era uno de ellos. En su casa trabajaba vestido con una especie de sotana roja de amplias mangas, y calzando unas sandalias. Produjo doscientos cincuenta y siete tomos de novelas, memorias y otros relatos, y veinticinco volúmenes de piezas teatrales. Claro, que desde que se supo que Dumas no tejió tantas historias él solo, estos hábitos quedan un poco en entredicho. Efectivamente , de Dumas se sabe que obras como “Los tres mosqueteros” de 1.844, “El vizconde de Bragelonne” de 1.848, “El conde de Montecristo” de 1.846, con un total de 18 volúmenes o “El collar de la Reina” de 1.850 las escribió con la colaboración de ayudantes a los que pagaba con los grandes ingresos que obtenía de sus novelas y folletines.
Después de que lograse la fama, llegó a escribir hasta cuarenta libros al año, para lo cual se rodeó de una nube de setenta y tres escritores o “negros” a sueldo, lo que le acarreó muchos beneficios económicos (llegó a cobrar 200.000 francos, una cifra enorme en esa época, al año por publicar esta clase de obras en los mejores periódicos parisinos) y también no pocos disgustos y críticas. Se ha llegado a saber que él se limitaba a suministrar la documentación, a esbozar el plan general de la trama y a escribir los pasajes de capa y espada, dejando para sus ayudantes el resto de la obra. “Alejandro Dumas y compañía”, como le apodaban sus celosos rivales de París, plagió todo lo que quiso y pudo y contó entre su numerosa pléyade de colaboradores, con autores de reconocido prestigio en su época. Uno de esos setenta y tres “negros” fue Auguste Maquet que alquiló su pluma para explotar su popularidad. Con Dumas tuvo célebres disputas por el suministro de temas y participó, al menos, en la redacción de “Los tres mosqueteros”, “El caballero de la Casa Roja” y “El conde de Montecristo”.
La producción total de este “sindicato literario” fueron unos 1.200 volúmenes. A tal desfachatez llegó el asunto que se cuenta que Dumas preguntó un día a su hijo si había leído su última novela, a lo que su hijo, irónicamente, le respondió: “No, ¿y tú?”. Un escritor que no le tenía mucha simpatía, Eugéne de Mirencourt, escribió un libelo, en 1.845, con significativo título: “Casa de Alejandro Dumas y Cía, fábrica de novelas” donde denuncia los tejemanejes ocultos de esta asociación, lo que le valió un proceso por injurias. Dumas fue un derrochador por naturaleza como demuestra una de sus frases que glosa su filosofía de vida: “Si dais la impresión de necesitar cualquier cosa no os darán nada; para hacer fortuna es preciso aparentar ser rico”. Sobre el carácter de Dumas se ha dicho casi de todo. Sus coetáneos coinciden en afirmar que era bastante vanidoso y egocéntrico. Vestía deslumbrantes chalecos y con frecuencia se le veía rodeado de caballos y de amistades femeninas. Se jactaba de su increíble vigor sexual y de haber procreado quinientos hijos ilegítimos. Fruto de uno de sus amores con una costurera llamada María Catalina Lebay, fue su hijo natural Alejandro, nacido en 1.824.
Alejandro Dumas, padre, fue simpatizante de la masonería, ganó mucho dinero y gastó a manos llenas. Los hermanos Julio y Edmundo Goncourt, predecesores del “naturalismo”, hacen en el año 1.865, una descripción de Dumas que no tiene desperdicio: Una especie de gigante, con los cabellos de un negro fuerte, espolvoreados de sal, pequeños ojos de hipopótamo claros, astutos y que velan en una cara enorme….no habla más que de hechos, hechos curiosos, echos paradójicos, hechos epatantes, que extrae con una voz roma de su inmensa memoria. Y siempre, siempre, siempre, habla de él, pero con una vanidad de niño grande que nada tiene de fatigoso”. Y añaden, por último, que “no bebe vino, no toma café, no fuma; es el sobrio atleta del folletón y de las cuartillas”.
Una melancolía, que derivó en locura, acabó con su vida el 5 de Diciembre de 1.870 en Puys, cerca de Dieppe. Tanto dilapidó que, en sus últimos días, tuvo que ser auxiliado pecuniariamente por su hijo, en cuya casa vivió. Se cuenta, que ya moribundo, le preguntó a su hijo si quedaría algo de su obra y éste le juró que si. Dumas dijo entonces cerrando los ojos: “Comienzo a creer en los juramentos”. Una de las anécdotas que se le atribuyen en este periodo enfermizo es cuando fue observado por un médico quien, tras el respectivo examen, le comentó: “Yo he prometido decirle a usted toda la verdad. Está usted muy mal. ¿tiene deseos de ver aún a alguna otra persona?” “Sí, a otro médico?”, fue su lacónica respuesta. Cuando se conoce su biografía, uno de los enigmas que podemos plantearnos es cómo este hombre está considerado uno de los grandes escritores de la literatura francesa. Más bien fue un genial director de orquesta que, en lugar de músicos, tuvo a escritores a su servicio, eso sí, resguardados en la sombra. Se puede decir que su gran obra ha salvado su reputación y que sus folletines ha lavado una vida que él resumía en una sencilla frase: “El hombre nace sin dientes, sin pelo y sin ilusiones, y muere igual, sin pelo, sin dientes y sin ilusiones”.