Seguimos con ‘malditos poetas malditos’. Hoy es el turno de Paul Verlaine. Él fue precisamente quien acuño la expresión de ‘poetas malditos’. Escucharemos una selección de ocho de sus poemas. Paul Verlaine, sin duda uno de los grandes, conoció la degradación progresiva de su talento y su persona. Murió completamente sólo a los cincuenta y dos años, sifilítico, borracho y arruinado. En 1871 conoció a Arthur Rimbaud, tenían 27 y diecisiete años respectivamente. Mantuvieron una tormentosa relación de pareja, basada no solo en el sexo y la mutua admiración por su obra poética, también en la fuerte atracción de ambos por el hachís, la absenta, el ajenjo y otras drogas que consumían compulsivamente para superar los límites de la razón, del bien y del mal, y sobre todo, los absurdos prejuicios sociales del mundo aburguesado y decadente de la época. Su relación que duro dos años fue delirante, una auténtica pesadilla que llevo a ambos a la autodestrucción, no sin antes dejarnos una obra poética impresionante.
Con Los poetas malditos (1886), Paul Verlaine acuñó una etiqueta que iba a hacer fortuna. Alude ella a la aguda pulsión autodestructiva que rige la mente de determinados creadores: la genialidad como maldición. Desde luego que para el caso del propio Verlaine –aunque no sólo para él- se ajusta con exactitud: en su poesía se advierte siempre un poderoso instinto vital que apunta, más allá de la vida, a la región celeste de lo absoluto en donde sonidos, colores, sabores, sensaciones táctiles, aromas se funden en sobrenatural armonía que olvida el mundo. Así se aprecia en sus mejores poemas: “Canción de otoño”, “Aria de antaño”, “Mi sueño”, “Green”, “Mujer y gata”, “Lasitud”, “El hogar y la lámpara”, “Primavera”, “Tú crees en el ron del café”… No deja de ser significativo que en sus tristes, dolorosos y miserables últimos años renegara de su poesía y de la gloria literaria: Verlaine se quería más allá de todo eso.
Selección poemas:
1 – El balcón (voz: Carlos Sangüesa)
2 – Aria de antaño (voz: Chus Sanjuán)
3 – Pensionistas (voz: Chus Sanjuán)
4 – El hogar (voz: María José Sampietro)
5 – Sueño a menudo (voz: María José Sampietro)
6 – Canción de otoño (voz: Lola Orti)
7 – Soñé contigo esta noche (Voz: Lola Orti)
8 – Mujer y gata (voz: Manuel Alcaine)
En el balcón
En el balcón las amigas miraban ambas como huían las golondrinas
Una pálida sus cabellos negros como el azabache, la otra rubia
Y sonrosada, su vestido ligero, pálido de desgastado amarillo
Vagamente serpenteaban las nubes en el cielo
Y todos los días, ambas con languideces de asfódelos
Mientras que al cielo se le ensamblaba la luna suave y redonda
Saboreaban a grandes bocanadas la emoción profunda
De la tarde y la felicidad triste de los corazones fieles
Tales sus acuciantes brazos, húmedos, sus talles flexibles
Extraña pareja que arranca la piedad de otras parejas
De tal modo en el balcón soñaban las jóvenes mujeres
Tras ellas al fondo de la habitación rica y sombría
Enfática como un trono de melodramas
Y llena de perfumes la cama vencida se abría entre las sombras.
Aria de antaño
Lucen vagamente las teclas del piano
A la luz del suave crepúsculo rosa,
Y bajo los finos dedos de su mano
Un aire de antaño canta y se querella
En la diminuta cámara suntuosa
En donde palpitan los perfumes de ella.
Un plácido ensueño mi espíritu mece
Mientras que el teclado sus notas desgrana;
¿Por qué me acaricia, por qué me enternece
Esa canción dulce, llorosa e incierta
Que apaciblemente muere en la ventana
A las tibias auras del jardín abierta?
Pensionistas
Una tenía quince años, la otra dieciséis
Y ambas dormían en la misma pequeña habitación
Esto sucedió una sofocante noche de septiembre
¡Quebrantables asuntos! Ojiazules y con mejillas de marfil
Para refrescar sus delicados cuerpos, se despojaron
De las exquisitas camisas perfumadas de ámbar
La más joven levantó sus manos inclinándose hacia atrás
Y su amiga, con sus manos en sus pechos, la besó.
Entonces bajó a sus rodillas y, en un arrebato
Pegó a la pierna de la otra su mejilla, y su boca
Acarició el dorado oro entre las grises sombras
Y durante todo ese tiempo la más joven contaba
Con sus queridos dedos los prometidos valses
Y sonrojándose, inocentemente sonreía.
El hogar
El hogar y la lámpara de resplandor pequeño;
La frente entre las manos en busca del ensueño;
Y los ojos perdidos en los ojos amados;
La hora del té humeante y los libros cerrados;
El dulzor de sentir fenecer la velada,
La adorable fatiga y la espera adorada
De la sombra nupcial y el ensueño amoroso.
¡Oh! ¡Todo esto, mi ensueño lo ha perseguido ansioso,
Sin descanso, a través de mil demoras vanas,
Impaciente de meses, furioso de semanas!
Sueño a menudo
Sueño a menudo el sueño extraño y penetrante
De una mujer ignota que adoro y que me adora,
Que, siendo igual, es siempre distinta a cada hora
Y que las huellas sigue de mi existencia errante.
Se vuelve transparente mi corazón sangrante
Para ella, que comprende lo que mi mente añora;
Ella me enjuga el llanto del alma cuando llora
Y lo perdona todo con su sonrisa amante.
¿Es morena ardorosa? ¿Frágil rubia? Lo ignoro.
¿Su nombre? Lo imagino dulce y sonoro,
Como los de los amados que la Vida exilia.
Como el de las estatuas es su mirar suave
Y tienen los acordes de su voz, lejana, calma y grave,
Un eco de las voces queridas que se fueron.
Canción de otoño
Los sollozos más hondos
Del violín del otoño
Son igual
Que una herida en el alma
De congojas extrañas
Sin final.
Tembloroso recuerdo
Esta huida del tiempo
Que se fue.
Evocando el pasado
Y los días lejanos
Lloraré.
Este viento se lleva
El ayer de tiniebla
Que pasó,
Una mala borrasca
Que levanta hojarasca
Como yo.
Soñé contigo esta noche
(Trad. de Víctor Manuel Londoño)
Soñé contigo esta noche:
Te desfallecías de mil maneras
Y murmurabas tantas cosas…
Y yo, así como se saborea una fruta
Te besaba con toda la boca
Un poco por todas partes, monte, valle, llanura.
Era de una elasticidad,
De un resorte verdaderamente admirable:
Dios, ¡qué aliento y qué cintura!
Y tú, querida, por tu parte,
Qué cintura, qué aliento y
Qué elasticidad de gacela…
Al despertar fue, en tus brazos,
Pero más aguda y más perfecta,
¡Exactamente la misma fiesta!
Mujer y gata
(Traducción de Guillermo Valencia)
La sorprendí jugando con su gata,
Y contemplar causóme maravilla
La mano blanca con la blanca pata,
De la tarde a la luz que apenas brilla.
¡Como supo esconder la mojigata,
Del mitón tras la negra redecilla,
La punta de marfil que juega y mata,
Con acerados tintes de cuchilla!
Melindrosa a la par por su compañera
Ocultaba también la garra fiera;
Y al rodar abrazadas por la alfombra,
Un sonoro reír cruzó el ambiente
Del salón… y brillaron de repente
¡Cuatro puntos de fósforo en la sombra!