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Luis Alberto de Cuenca – Poemas

2 junio, 2025 - Poesía
Luis Alberto de Cuenca – Poemas

Luis Alberto de Cuenca Prado (Madrid, 29 de diciembre de 1950)

Poeta, filólogo, helenista, traductor, ensayista, columnista, crítico, editor literario y expolítico español. Ha sido galardonado, entre otros, con el Premio Nacional de Poesía (2015) y con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2025).

https://es.wikipedia.org/wiki/Luis_Alberto_de_Cuenca

CARTEL L-A-cuadro

 

Nos deja una poesía irónica y elegante, a veces escéptica, en ocasiones desenfadada, en la que lo trascendental convive con lo cotidiano y lo libresco se engarza con lo popular. Usa la métrica libre y la tradicional.

Además de su obra como poeta, ensayista y filólogo, hay que destacar su faceta de letrista musical; suyas son algunas de las letras más conocidas del grupo de rock la Orquesta Mondragón. Gabriel Sopeña ha puesto música a una selección de más de treinta de sus poemas, cuya primera entrega interpretó Loquillo en su disco ‘Su nombre era el de todas las mujeres’, editado en octubre de 2011.

 

CRÉDITOS (Poema / voz):

1. Amor indestructible – Mingo España
2. Collige, virgo, rosas – Elena Parra
3. El desayuno – María José Sampietro
4. El fin es el principio – José Luis Hernández
5. El rescate – Lola Orti
6. El velo protector – María José Sampietro
7. Elogio de la pena – Manuel Alcaine
8. Elogio de la poesía – María José Sampietro
9. In illo Tempore – Mingo España
10. La llamada – Manuel Alcaine
11. La muerta enamorada – Manuel Alcaine
12. Leer en voz alta – Lola Orti
13. Lo sagrado – Elena Parra
14. Los amantes – José Luis Hernández
15. Incorrección política – Mingo España
16. Por el camino verde – José Luis Hernández
17. Qué queda de la noche – María José Sampietro
18. S’Agaró – Elena Parra
19. Suspiro – Manuel Alcaine

Montaje y ambientación musical: Manuel Alcaine

 

SELECCIÓN POEMAS

 

La llamada

La noche había sido muy larga y muy oscura.
Quería oír tu voz. Que tus dulces palabras
me trajeran un poco de calma. Que el cariño
que sentías por mí viajara por teléfono
hacia mi corazón maltrecho y derrotado.
Quería oír tu voz y oí la de tu amante.
De El hacha y la rosa (1987-1993)
Collige, virgo, rosas

Niña, arranca las rosas, no esperes a mañana.
Córtalas a destajo, desaforadamente,
sin pararte a pensar si son malas o buenas.
Que no quede ni una. Púlete los rosales
que encuentres a tu paso y deja las espinas
para tus compañeras de colegio. Disfruta
de la luz y del oro mientras puedas y rinde
tu belleza a ese dios rechoncho y melancólico
que va por los jardines instilando veneno.
Goza labios y lengua, machácate de gusto
con quien se deje y no permitas que el otoño
te pille con la piel reseca y sin un hombre
(por lo menos) comiéndote las hechuras del alma.
Y que la negra muerte te quite lo bailado.

In illo tempore
Tus padres se han ido a no sé dónde
y la casa quedo para nosotros.
Lo mismo que el convento abandonado del poema
de Jaime Gil de Biedna.

Con la música a tope, preparste
una mezcla explosiva en una jarra
mientras yo te quitaba, dulcemente
la ropa de cintura para arriba.

Llenaste las dos copas hasta el borde.
Bebimos. Nos entró la risa tonta
y se nos puso un brillo en la mirada
que subrayaba nuestra juventud.
Y nos besamos como en la películas,
y nos quisimos como en las canciones.

Cuando la realidad era el deseo
y nuestro reino no era de este mundo.

 

Los amantes

 

La cara que pusieron
al darse cuenta de que
sus cuerpos ocupaban
un espacio en la alcoba,
de que los movimientos
que acoplaban sus labios
eran reales, de que
sus anillos pesaban
y herían la inocencia
del mundo, de que aquello
iba por fin de veras.

De Por fuertes y fronteras (1994-1996)

El velo protector

Ha amanecido con nosotros dentro
de la vil realidad, y eso no puede
ser bueno. Vale más que pasen rápido
las horas inservibles en que el día
proscribe la aventura con sus normas
de tedio laboral, y que regresen
la noche y sus estrellas, a envolvernos
en su velo fantástico y a darnos
la sensación inútil de estar vivos.

Qué queda de la noche
Qué queda de la noche, vida mía.
Qué queda de tu ascenso a mis infiernos
y qué de mi descenso al paraíso
de tus ojos, velados por la niebla
del humo y del deseo. Qué ha quedado
de las llamas alegres y furiosas
que devoraron nuestros corazones.

Este despedazado panorama.
Esta desolación. Estas cenizas.

De Sin miedo ni esperanza (1996-2002)

 

El rescate

Te he sacado de aquella foto
donde vivías prisionera
y te he traído hasta mi casa.
Cuánta inocencia impronunciable
se dibujaba en tu sonrisa.
cuánta luz de misterio antiguo
fundía soles a tu paso
mientras ibas reconociéndote
en los espejos hechos trizas,
en las ropas hechas jirones.
Te he raptado de aquella imagen
donde vivías fragmentada
en pedacitos de martirio,
y te he traído hasta las ruinas
que algún día fueron mi casa,
a las grietas de mis paredes,
a los restos de mi naufragio.

 

Elogio de la pena

No se os ocurra despreciar
las penas que nos trae la vida,
esas que brillan como el oro
en los otoños del espíritu
y nos agobian de belleza.
Estamos tristes porque estamos
vivos. La vida es sufrimiento,
y eso no está ni bien ni mal,
pero tiene su lado estético.
¿No es hermoso el viento de octubre
que nos arranca de la boca
el dulce fruto apetecido?
¿No son nuestras pobres lágrimas,
atravesadas de dolor
y, sin embargo, cristalinas
como el río más transparente?
¿No enciende hogueras la tristeza
en los hielos de la memoria,
devolviéndonos los perfumes
que un día fueron nuestra dicha?
Las penas arden en el pecho
con llamaradas más profundas
que las del Sol de mediodía.

 

Political incorrectness

Sé buena, dime cosas incorrectas
desde el punto de vista político. Un ejemplo:
que eres rubia. Otro ejemplo: que Occidente
no te parece un monstruo de barbarie
dedicado a la sórdida tarea
de cargarse el planeta. Otro: que el multi-
culturalismo es un nuevo fascismo,
sólo que más hortera, o que disfrutas
pegando a un pedagogo o a un psicólogo,
o que el Mediterráneo te horroriza.
Dime cosas que lleven a la hoguera
directamente, dime atrocidades
que cuestionen verdades absolutas
como: «No creo en la igualdad». O dime
cosas terribles como que me quieres
a pesar de que no soy de tu sexo,
que me quieres del todo, con locura,
para siempre, como querían antes
las hembras de la Tierra.

 

S´Agaró

El mar rizaba nuestros pensamientos
Y los iba engarzando en un collar
De languideces y complicidades.
Un aura de bañistas instalados
En viejas fotos de la belle époque
Refrecaba la noche: era la brisa
Del deseo, venida de muy lejos
A decirnos que aún seguía vivo
Lo que creímos muerto. Pudorosa,
La Luna nos hurtó su cuerpo blanco
Y dejó de alumbrar aquella escena
En la que ardía el fuego del amor
Y se fundían nuestros corazones.

Tan bello era el instante que la única
forma de detenerlo fue el silencio.

De La vida en llamas (2002-2005)

 

Por el camino verde

 

No he podido dormir.
Brilla un alba rosada en la cuadrícula
de mi ventana abierta,
y sé que hay margaritas,
amapolas, geranios y alhelíes
despertándose en el jardín.
Sigo inquieto y ansioso,
los sonidos de la naturaleza,
queriendo oír tus pisadas en la hierba,
y sólo escucho el viento
que cimbrea los juncos
y hace que me arrebuje entre las sábanas.
Pasan las horas,
lentas como un suplicio antiguo,
y, cuando cae la tarde y la luna despunta,
subo hasta la colina, alfombrada de flores,
y te veo venir por el camino
de mi imaginación,
por el camino verde
donde mueren los cisnes.

 

La muerta enamorada

 

Has vuelto a hacerme señas desde lejos
y a decirme: “¡Ven! Tengo tantas cosas
que enseñarte, mi vida. Tengo tanta
soledad para ti. Ven al infierno
por el camino tibio de mis brazos.
Piérdete en mí. Descansa entre mis piernas.
Yo te daré calor y oscuridad”.
Has vuelto a introducirte en mis pupilas
con todo tu poder, y tus imágenes
han poblado de vértigos mi mente
y de alucinaciones mi memoria.
Se me ha paralizado la conciencia.
Se me han roto las armas defensivas.
Han vuelto a derretirse las paredes
de mi alma al sonido de tu voz.
Y no he podido articular palabra,
nublado como estaba por el sueño
de la razón, comido por los monstruos
del deseo, inundado por la lumbre
enferma de tus ojos inyectados
en sangre. No he podido responderte:
“Vuelve a la tumba, horror. Déjame en paz”.

 

Leer en voz alta

 

Siempre ando con un libro en las manos. Ya sea
uno viejo y gastado del siglo XIX
con láminas y pauta final para ubicarlas
en el texto, ya sea otro nuevo e intrépido
que recibí ayer mismo y huele todavía
a tinta fresca y joven, ya sea un libro antiguo
que viajó por el tiempo hasta esa estantería
de mi cada vez más poblada biblioteca…
El vicio de leer suele ser solitario,
pero puede, también, compartirse. Los griegos
de la época de Sócrates leían en voz alta.
Lo mismo hacía Nietzsche. A mí me gusta mucho
leer en compañía y en voz alta los grandes
libros de nuestra tribu, esa tribu perversa,
racista y miserable, que disfruta creyéndose
superior. De ese modo, recuerdo haber leído
el Poema del Cid, Beowulf, los Nibelungos,
la Divina Comedia, los Psalmos, la Canción
de Rolando, La isla del tesoro y La Ilíada,
Tal y como los griegos leían hace siglos,
alto y claro, lanzando las palabras al aire,
porque la voz añade temblor de biografía
personal y caduca a tanta eternidad,
al vértigo solemne de tanta permanencia.

 

Elogio de la poesía

 

La vida es prosa más o menos aburrida,
pero no siempre ha sido tan tediosa y prosaica.
En el alba imprecisa de nuestro origen hubo,
primero, una voz recia que evocaba las gestas
del caudillo del clan; luego, otra voz más íntima
y dulce que, al compás de la lira, cantaba
el amor, subrayando su plenitud, o el odio
que inspira la traición, o el cruel desengaño.
Y esas voces traían a la vida promesas
de olvido y deshacían los hielos del invierno
al ritmo del bastón de mando del chamán
en los fuegos de campamento de la tribu.
Y esas voces fundaban un jardín de palabras
hermosas en el centro del desierto silente
del mundo, una floresta de color y belleza
que, como un cáncer, iba destruyendo, implacable,
el bosque sin memoria de nuestra soledad,
haciéndonos mejores, más libres y más sabios.

 

Suspiro

 

Éramos otra vez los dos primeros
habitantes del mundo, y no sabíamos
qué hacer con tanto amor.
¿Por cuánto tiempo? Qué más da. Un minuto,
varias horas, un día. No se mide
fácilmente la magia del deseo
consultando el reloj.
Pero sabemos que su vida es corta,
breve como el suspiro
que le dedico hoy.

De El reino blanco (2006-2009)

 

Lo sagrado

 

El maquillaje es sospechoso siempre.
Tú, recién levantada de la cama,
sin nada que no sea tu glorioso
cuerpo gastado por las decepciones
y por los desengaños, pero erguido
como un árbol al viento de la vida
que se lo lleva todo por delante:
esa es mi religión. esa es la única
visión de lo sagrado que conozco.

 

Amor indestructible

 

No es tan débil tu amor como parece.
Se resquebraja a veces, se cuartea,
pero nunca se rompe. Es un amor
virtual, una apariencia, un espejismo,
un embeleco, una ilusión, el sueño
de una sombra, un delirio, una quimera.
Pero resiste la presión del odio,
y perdona, y olvida, como olvida
y perdona a la noche la mañana.

De Cuaderno de vacaciones (2015)

 

El fin es el principio

Al final no pensamos ni recordamos nada
que no sea el principio. La memoria es así.
Huyen los nombres propios del presente, las fechas
próximas en el tiempo, y regresan los nombres
del pasado, las frases que en la niñez remota
hirieron o salvaron. Y vuelve aquella niña
de las trenzas de oro a quien contabas cuentos
en el sillón de orejas del salón, y los naipes
con figuras de músicos ilustres que tu padre
te trajo de Alemania, y la caja de música
en la que Cenicienta y su príncipe azul
bailaban incansablemente, y las cicatrices
que honraban tus rodillas de tanto gatear
detrás de aquellas chapas con nombres de ciclistas,
y las alineaciones con tres defensas, dos
medios y nada menos que cinco delanteros,
y el día en que encontraste el tebeo imposible
de encontrar en la tienda de don César Cobelo,
y la bici BH con que ibas por el mundo
(que era entonces pequeño) las tardes de verano…
Estos días azules y este sol de la infancia:
al final solo importan las cosas del principio.

De El secreto del Mago (2021-2022)

 

El desayuno

 

Me gustas cuando dices tonterías,
cuando metes la pata, cuando mientes,
cuando te vas de compras con tu madre
y llego tarde al cine por tu culpa.
Me gustas más cuando es mi cumpleaños
y me cubres de besos y de tartas,
o cuando eres feliz y se te nota,
o cuando eres genial con una frase
que lo resume todo, o cuando ríes
(tu risa es una ducha en el infierno),
o cuando me perdonas un olvido.
Pero aún me gustas más, tanto que casi
no puedo resistir lo que me gustas,
cuando, llena de vida, te despiertas
y lo primero que haces es decirme:
«Tengo un hambre feroz esta mañana.
Voy a empezar contigo el desayuno».

 

La malcasada

 

Me dices que Juan Luis no te comprende,
que sólo piensa en sus computadoras
y que no te hace caso por las noches.
Me dices que tus hijos no te sirven,
que sólo dan problemas, que se aburren
de todo y que estás harta de aguantarlos.
Me dices que tus padres están viejos,
que se han vuelto tacaños y egoístas
y ya no eres su reina como antes.
Me dices que has cumplido los cuarenta
y que no es fácil empezar de nuevo,
que los únicos hombres con que tratas
son colegas de Juan en IBM
y no te gustan los ejecutivos.
Y yo, ¿qué es lo que pinto en esta historia?
¿Qué quieres que haga yo? ¿Que mate a alguien?
¿Que dé un golpe de estado libertario?
Te quise como un loco. No lo niego.
Pero eso fue hace mucho, cuando el mundo
era una reluciente madrugada
que no quisiste compartir conmigo.
La nostalgia es un burdo pasatiempo.
Vuelve a ser la que fuiste. Ve a un gimnasio,
píntate más, alisa tus arrugas
y ponte ropa sexy, no seas tonta,
que a lo mejor Juan Luis vuelve a mimarte,
y tus hijos se van a un campamento,
y tus padres se mueren.

 

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