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Las semillas del corazón – Orígenes de la lírica occidental – CATULO

8 febrero, 2019 - Literatura, Poesía
Las semillas del corazón – Orígenes de la lírica occidental – CATULO

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Pese a que intentó una poesía de largo tono elevado y noble, lo más característico de la producción del joven Catulo (nacido hacia 87-84 a.C. su vida no sobrepasó los treinta años) son sus poemas cortos, que él llamó “naderías”. En ellos se aprecia una evolución que va desde las delicadas composiciones inspiradas por Lesbia (aristócrata casada con un poderoso romano) hasta los más desvergonzados versos inspirados por el rencor o el desprecio. En cualquier caso, el adinerado y licencioso Catulo riega esa semilla griega vitalista y la hace florecer, mundana y procaz, elegante y arrabalera. No inventa la Vida, por supuesto. Lo que Catulo hace es vivírsela.

CATULO: BEBERSE LA VIDA

 

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Catulo y Lesbia

Voces:

  1. Manuel Alcaine
  2. Carlos Sangüesa
  3. Elena Parra
  4. Manuel Alcaine
  5. Carlos Sangüesa
  6. Chus Sanjuán
  7. José Sampietro
  8. Lola Orti
  9. Manuel Alcaine
  10. Elena Parra
  11. Carlos Sangüesa
  12. Lola Orti
  13. Jose Sampietro
  14. Chus Sanjuan
  15. Manuel Alcaine
  16. Elena Parra
  17. Carlos Sangüesa
  18. Chus Sanjuán
  19. Lola Orti
  20. Jose Sampietro
  21. Manuel Alcaine

 

Música:

Musica della Antica Roma: Lares- Synaulia.

 

 

Textos:

1

Gorrión, capricho de mi niña,
con el que acostumbra ella jugar,
tenerlo en su regazo,
ofrecerle la punta de su dedo
tan pronto se le acerca
y moverle a agudos picotazos
cuando al radiante objeto de mi desasosiego
le agrada jugar a no sé qué cosa querida,
solaz de su dolor;
entonces -creo- se le calmará su ardiente pasión.
¡Ojalá pudiera yo, como ella,
jugar contigo
y aliviar las tristes cuitas de mi alma!

2

¡Llorad, oh Venus y Cupidos
y cuanto hay de hombres refinados!
El gorrión de mi niña ha muerto;
el gorrión, capricho de mi niña,
a quien ella más que a sus ojos quería;
pues era dulce como la miel
y la conocía tan bien como una niña a su madre,
y no se movía de su regazo,
sino que, saltando alrededor unas veces por aquí,
otras por allá,
piaba sin parar a sola su dueña;
y que ahora va por un camino tenebroso hacia allí
de donde dicen que no vuelve nadie.
¡Malhaya a vosotras, malvadas tinieblas del Orco,
que devoráis todas las cosas bellas!:
tan hermoso gorrión me habéis arrebatado.
¡Oh desgracia! ¡Pobrecillo gorrión!
Ahora, por tu culpa,
los ojitos de mi niña, hinchaditos, enrojecen de llanto.

3

Vivamos, Lesbia mía, y amemos,
y que las habladurías de esos viejos tan rectos,
todas, nos importen un comino.
Los soles pueden morir y renacer:
nosotros, en cuanto la efímera luz se apague,
habremos de dormir una noche eterna.
Dame mil besos,
luego cien,
luego otros mil,
luego cien una vez más,
luego sin parar otros mil,
luego cien,
luego, cuando hayamos hecho muchos miles,
los revolveremos para no saberlos
o para que nadie con mala intención
pueda mirarnos de través,
cuando sepa que es tan grande el número de besos.

4

Flavio,
a Catulo querrías hablarle de tu capricho,
si no fuera sosa y basta.
Pero no sé qué clase de febril y enfermiza puta te ha encandilado:
eso te avergüenza confesarlo.
Pues, que tú no pasas las noches viudas
lo grita tu estancia, en vano callada,
que derrama aroma de guirnaldas y de aceites sirios,
y las almohadas, ésta y aquélla, aplastadas,
y el crujido quejumbroso de tu temblequeante lecho y sus meneos.
De nada sirve callar tus adulterios, de nada.
¿Por qué? No arquees tus costados, tan consumidos,
ni hagas tantas tonterías.
Por eso, lo que tengas de bueno y de malo, dímelo:
quiero a ti y a tus amores pregonaros hasta el cielo
con la gracia de mis versos.

5

Me preguntas cuántos besos tuyos, Lesbia,
me son bastante y de sobra.
Cuan gran número de arena libia se extiende por Cirene,
rica en laserpicio, entre el oráculo del tempestuoso Júpiter
y el sepulcro del antiguo Bato.
O cuantas estrellas contemplan, cuando calla la noche,
los furtivos amores de los hombres.
Tantísimos besos le son bastante y de sobra
besarte al loco de Catulo,
que ni podrían contar ni embrujar
con su mala lengua los curiosos.

6

Desdichado Catulo,
¡que dejes de hacer tonterías
y lo que ves que se ha destruido lo consideres perdido!
Brillaron un día para ti radiantes los soles,
Cuando acudías una y otra vez a donde tu niña te llevaba,
querida por mí cuanto no lo será ninguna.
Y allí tenían lugar entonces aquellos múltiples juegos
que tú querías y tu niña no dejaba de querer.
Brillaron, es verdad, para ti radiantes los soles.
Ahora ya ella no quiere:
tú, como nada puedes hacer, tampoco quieras,
y a la que huye no la persigas, ni vivas desdichado,
sino resiste con tenaz empeño, manténte firme.
¡Adiós, niña! Ya Catulo está firme, y no te buscará
ni te hará ruegos en contra de tu voluntad.
Pero tú te lamentarás cuando nadie te haga ruegos.
¡Criminal, ay de mí!
¿Qué vida te espera? ¿Quién se te acercará ahora?
¿A quién le parecerás bella? ¿A quién querrás ahora?
¿De quién se dirá que eres? ¿A quién besarás?
¿A quién morderás los labios?
Pero tú, Catulo, resuelto, manténte firme.

7

Furio y Aurelio, compañeros de Catulo,
bien llegue hasta los confines de la India,
donde la ola del mar de Oriente de gran bramido golpea la costa;
bien hasta los hircanos o los muelles árabes o los sagas o los partos, armados de flechas,
o hasta las llanuras que tiñe el Nilo de siete brazos;
o bien encamine sus pasos más allá de los elevados Alpes,
para visitar los testimonios del gran César,
el Rin de la Galia, el mar que causa horror y los más alejados britanos. Puesto que estáis preparados a visitar
todos esos lugares juntamente conmigo,
cualquiera que sea la voluntad de los dioses,
comunicadle a mi niña
estas pocas palabras no agradables:
viva y disfrute con sus adúlteros,
los trescientos a los que tiene abrazados a la vez
sin amar de verdad a ninguno,
sino rompiéndoles a todos las entrañas cara a cara;
que no vuelva como antes sus ojos
a mi amor,
que por su culpa sucumbió
como la flor del prado más recóndito
tras haberla herido el arado al pasar.

8

Si no te quisiera más que a mis ojos, mi muy encantador Calvo,
por ese regalo te odiaría con el odio dirigido contra Vatinio.
Pues, ¿qué he hecho yo o qué he dicho
para que me agobies con tantos poetastros?
¡Que los dioses concedan muchas desgracias
al protegido ese tuyo que te envió tan gran cantidad de abominaciones! Y si, según sospecho, ese novedoso repertorio
te lo obsequia el maestro Sila, no me parece mal;
al contrario: bien y enhorabuena,
porque no se echan del todo a perder tus esfuerzos.
¡Grandes dioses!, ¡horrible y maldito librito
ese que tú enviaste a tu querido Catulo,
sin duda para que de inmediato pereciera en las Saturnales,
el más maravilloso de los días!
Pero no, esto no quedará así, simpático:
pues, en cuanto amanezca, correré a las estanterías de los libreros,
cogeré a los Cesios, a los Aquinos, a Sufeno,
haré una recopilación de todos los venenos
y te recompensaré con estos castigos.
Entretanto, vosotros id con bien de aquí,
marchaos al sitio de donde salisteis con mal pie,
escoria del siglo,
pésimos poetas.

9

Os daré por el culo y me la vais a chupar,
Aurelio comevergas y Furio julandrón,
que, por mis versitos, como son lascivos,
me habéis considerado un desvergonzado.
Es, de hecho, procedente que el poeta honorable
sea personalmente casto;
no es necesario que lo sean sus versitos,
que, en definitiva, tienen sal y gracia si son lascivos y desvergonzados
y pueden provocar la comezón,
no digo a los muchachos,
sino a esos peludos que no pueden mover sus duros lomos.
¿Vosotros,
porque habéis leído “muchos miles de besos”,
me consideráis poco macho?
Os daré por el culo y me la vais a chupar.

10

Ese Sufeno que conoces muy bien, Varo,
es un hombre guapo y simpático y educado,
y, además, hace muchísimos versos.
Yo creo que tiene escritos mil o diez mil o más,
y no como suele hacerse, transcritos en un palimpsesto:
hojas de lujo, libros nuevos, varillas nuevas,
correas rojas para pergamino,
todo ello con líneas rectas a plomo y pulido con la piedra pómez.
Cuando te pones a leerlos,
ese guapo y educado Sufeno
te parece, en cambio, sólo un ordeñador de cabras o un enterrador:
tan distinto es y tanto ha cambiado.
¿Qué pensaríamos que es eso?
Quien hace nada parecía un hombre de mundo,
o si hay algo más refinado que eso,
ese mismo
es más grosero que un grosero campesino
en cuanto pone la mano en los versos,
pero ese mismo nunca es igual de feliz que cuando escribe un poema: tanto se deleita en sí mismo y tanto se admira.
No es extraño: todos metemos la pata por igual,
y no hay nadie en quien no puedas ver
en cierto sentido
a un Sufeno.
A cada cual se le concedió un defecto,
pero no vemos
el seno de la alforja que llevamos a la espalda.

11

Furio,
que no tienes ni esclavo ni arca ni chinche ni araña ni lumbre,
pero sí un padre y una madre cuyos dientes pueden comer hasta piedras,

te va perfectamente con tu padre y con ese leño de la esposa de tu padre. Y no es extraño:
estáis realmente todos bien de salud, digerís bien,
nada teméis,
ni incendios ni grandes catástrofes ni crímenes ni las trampas del veneno ni otros azares de peligro.
Tenéis, desde luego, unos cuerpos más secos que un cuerno
o si hay algo todavía más apellejado por el sol y el frío
y el hambre.
¿Cómo no te va a ir bien y dichosamente?
De sudor estás libre,
estás libre de saliva, de mocos y de dañino resfriado de nariz.
A este aseo añádele uno mayor:
Que tienes el culo más limpio que un salero,
pues en todo el año no cagas ni diez veces,
y lo que haces es más duro que un haba o que las piedras,
y, si te restregaras y frotaras con las manos,
no podrías mancharte ni un dedo.
Esas comodidades tan dichosas, Furio,
No las desprecies ni las tengas en poco…
y los cien mil sestercios que sueles pedir
olvídalos: ya eres bastante dichoso.

12

Tú que eres la flor de los Juvencios,
no sólo de los de ahora
sino de cuantos han sido y serán luego en los años venideros,
preferiría yo que hubieras dado las riquezas de Midas
a ese que no tiene ni esclavo ni arca
a que te dejaras querer por él.
«¿Por qué? ¿No es un hombre guapo?», dirás.
Lo es: pero este guaperas
no tiene ni esclavo ni arca.
Esto tú déjalo aparte y dale toda la poca importancia que quieras:
Es igual, ése no tiene ni esclavo ni arca.

13

Furio,
tu pequeña quinta
no está expuesta al soplo del austro ni del favonio
ni del crudo bóreas ni del afeliota,
sino a quince mil doscientos sestercios.
¡Ay,viento cruel y apestoso!

14

Olvidadizo Alfeno y falso con tus compañeros queridísimos,
¿ya no te compadeces nada, insensible, de tu dulce amiguito?
¿Ya no dudas en abandonarme, en traicionarme, desleal?
Los actos perversos de los hombres mentirosos
no gustan a los habitantes del cielo;
y eso tú lo desprecias,
y, ¡desdichado de mí!, me abandonas en medio de mis desgracias.
¡Ay! ¿Qué pueden hacer -dime- los hombres,
o a quién pueden tenerle ley?
Y tú, injusto, bien que me exigías entregarte mi alma,
arrastrándome a quererte,
como si para mí todo estuviera asegurado.
Ahora, de la misma manera, te retraes
y dejas que todas tus palabras y tus actos
se los lleven vanos los vientos y las nubes arrastradas por el aire.
Si tú te has olvidado, en cambio, los dioses se acuerdan;
se acuerda la Lealtad,
que hará que de tu acto te arrepientas un día.

15

Anales de Volusio, escritos de mierda,
cumplid el voto por mi niña.
Pues ha prometido solemnemente
a la sagrada Venus y a Cupido
que, si yo volvía a ella y dejaba de dispararle terribles yambos,
daría al dios de paso tardo
lo más escogido de los escritos del peor de los poetas
para que se quemara sobre leña maldita:
y la perversísima muchacha ve divertido y gracioso
ofrecer eso a los dioses.
Ahora, oh tú, nacida en el azulado ponto,
que habitas la sagrada Idalio y la abierta llanura de Urio,
y Ancona y Cnido rica en cañas,
y Amatunte y Golgos, y Dirraquio, antesala del Adriático,
acepta y recibe el voto,
si no es una fea y desagradable ofrenda.
Y vosotros, entretanto,
¡id al fuego, Anales de Volusio,
llenos de garrulería y estupideces,
escritos de mierda!

16

Picante taberna,
la de la novena columna tras los hermanos del píleo,
y vosotros, sus parroquianos,
¿os creéis que vosotros solos tenéis polla,
que a vosotros solos
os está permitido joderos a todas las mozas que haya
y considerar a los otros unos cabrones?
¿O es que, porque estáis sentados uno detrás de otro
como idiotas cien o doscientos,
creéis que no voy a atreverme a llenaros la boca
de una vez a los doscientos espectadores?
Pues creedlo: porque inscribiré la fachada
de toda vuestra taberna con pichas.
Pues mi niña, que ha huido de mis brazos,
a la que yo quiero tanto
como nadie querrá a ninguna,
por la que me he peleado grandes guerras,
se sienta ahí.
Todos la amáis, tan honrados y dichosos,
pero, desde luego (¡qué vergüenza!),
sois todos unos miserables chulos de callejón;
y tú por encima de todos, único entre los barbudos,
hijo de la conejera Celtiberia, Egnacio,
a quien hace guapo una espesa barba
y una dentadura refregada con meado ibérico.

17

Celio,
nuestra Lesbia,
la Lesbia aquella,
aquella Lesbia a la que, a ella sola,
Catulo ha querido más que a sí mismo y a todos los suyos,
ahora en las encrucijadas y en las callejas
se la pela
a los descendientes del magnánimo Remo.

18

No te extrañes, Rufo,
de que ninguna mujer quiera tenerte sobre sus delicados muslos,
ni aunque la seduzcas con el regalo de un vestido especial
o con el capricho de una piedra preciosa.
Te hace daño cierta mala habladuría,
según la cual dicen
que un feroz macho cabrío
habita bajo el valle de tus sobacos.
A ése lo temen todas, y no es extraño:
pues es un animal muy malo,
y con él una chica guapa no se acostará.
Por eso,
o matas esa peste cruel para la nariz,
o deja de extrañarte de que huyan.

19

Decías tiempo atrás que tú conocías sólo a Catulo, Lesbia,
y que no querías, cambiándolo por mí, ser dueña de Júpiter.
Te amé tanto entonces, no como uno a su amiga,
sino como ama un padre a sus hijos y yernos.
Ahora te conozco:
por eso, aunque me quemo con más vehemencia,
sin embargo me resultas mucho más despreciable y frívola.
«¿Cómo puede ser?», dices.
Porque un engaño de esa clase
obliga al amante a estar más enamorado
pero a bienquerer menos.

20

Lesbia, en presencia de su marido,
echa un montón de pestes contra mí:
eso a ese insensato le produce la máxima alegría.
¡Mulo!, no te enteras de nada:
si, por haberse olvidado de mí, callase, estaría curada;
en realidad, como gruñe e injuria,
no sólo se acuerda de mí,
sino, lo que es mucho más revelador,
está encolerizada:
o sea,
se quema y lo cuenta.

21

Odio y amo.
Por qué hago eso acaso preguntas.
No sé, pero siento que ocurre
Y me atormento.

Un pensamiento sobre “Las semillas del corazón – Orígenes de la lírica occidental – CATULO

Fernando Alcaine

¡Cómo suena el corazón del joven Catulo! Corazón airado. Corazón herido. Flor del prado más recóndito/
herida por el arado al pasar. Estupendo.

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