Diario de un poeta recién casado (1916-1917) es, en esencia, la culminación poética de Juan Ramón Jiménez, fruto de una suerte de peregrinaje amoroso, por tierra y mar —desde Madrid hasta Nueva York— con el ardiente deseo de encontrarse con la que sería su futura esposa: Zenobia Camprubí Aymar. Todas sus impresiones, sus emociones, sus reflexiones, serán anotadas en este álbum de poeta —así lo rotula el propio Juan Ramón—, que, sin duda, marcará un antes y un después en la historia de la poesía española del siglo XX. De hecho, tal y como apunta tan certeramente Ricardo Gullón, «después del Diario no se podía seguir escribiendo como antes. Quien así lo hiciera, incurriría en anacronismo». Así pues, una nueva lírica veía la luz; una lírica desnuda, pura, libre, que anhela hallar la íntima esencia de las cosas del mundo.
-Álvaro Alcaine Rueda-
CRÉDITOS (poema/voz/música):
Presentación/Álvaro Alcaine/Georges Delerue – La déclaration d’amour
I. María José Villanueva/ Georges Delerue – Vacances
II. María José Sampietro/ Georges Delerue – Catherine et Jim-I
III. Elena Parra/ Georges Delerue – Catherine et Jim-II
IV. Mingo España/ Georges Delerue – Catherine et Jim-III
V. Lola Orti/ Georges Delerue – Brouillard-I
VI. Manuel Alcaine/ Georges Delerue – Brouillard-II
VII. María José Villanueva/ Georges Delerue – Finale-I
VIII. María José Sampietro/ Georges Delerue – Finale-II
IX. Mingo España/ Georges Delerue – Pierre et Nicole
X. Elena Parra/ Georges Delerue – Le secret de madame Jouve
XI. Lola Orti/ Georges Delerue – Solitude
XII. Mingo España/ Georges Delerue – Day for Night
I
Madrid,
17 de enero de 1916.
¡QUÉ cerca ya del alma
lo que está tan inmensamente lejos
de las manos aún!
Como una luz de estrella,
como una voz sin nombre
traída por el sueño, como el paso
de algún corcel remoto
que oímos, anhelantes,
el oído en la tierra;
como el mar en teléfono…
Y se hace la vida
por dentro, con la luz inextinguible
de un día deleitoso
que brilla en otra parte.
¡Oh, qué dulce, qué dulce
verdad sin realidad aún, qué dulce!
II
Cádiz, en las murallas,
29 de enero.
AUN cuando el mar es grande,
como es lo mismo todo,
me parece que estoy ya a tu lado…
Ya sólo el agua nos separa,
el agua que se mueve sin descanso,
¡el agua, sólo, el agua!
III
5 de febrero.
MAR
¡SÓLO un punto!
Sí, mar, ¡quién fuera,
cual tú, diverso cada instante,
coronado de cielos en su olvido;
mar fuerte —¡sin caídas!—,
mar sereno
—de frío corazón con alma eterna—,
¡mar, obstinada imagen del presente!
IV
5 de febrero.
MAR
PARECE, mar, que luchas
—¡oh desorden sin fin, hierro incesante!—
por encontrarte o porque yo te encuentre.
¡Qué inmenso demostrarte,
en tu desnudez sola
—sin compañera… o sin compañero
según te diga el mar o la mar—, creando
el espectáculo completo
de nuestro mundo de hoy!
Estás, como en un parto,
dándote a luz —¡con qué fatiga!—
a ti mismo, ¡mar único!,
a ti mismo, a ti sólo y en tu misma
y sola plenitud de plenitudes,
… ¡por encontrarte o porque yo te encuentre!
V
8 de febrero.
ARGAMASILLA DEL MAR
SÍ. La Mancha, de agua.
Desierto de ficciones líquidas.
Sí. La Mancha, aburrida, tonta.
—Mudo, tras Sancho triste,
negros sobre el poniente rojo, en el que aún llueve,
Don Quijote se va, con el sol último,
a su aldea, despacio, hambriento,
por las eras del ocaso—.
¡Oh mar, azogue sin cristal;
mar, espejo picado de la nada!
VI
11 de febrero.
FIN DE TORMENTA
(EN EL PUENTE)
AUN, entre el mar y el cielo,
por la aurora,
se arrolla la tormenta, lejos, baja,
como una serpiente
que se va…
El barco se alza y se apresura,
bajo el cielo más alto
que vivas rosas ornan
con la luz y el color de adonde vamos
a llegar, firmemente…
Sueño despierto y dulce…
VII
New York,
29 de febrero.
GOLFO
LA nube —blanco cúmulo— recoge
el sol que no se ve, blanca.
Abajo, en sombra, acariciando
el pie desnudo de las rocas,
el mar, remanso añil.
Y yo.
Es el fin visto,
y es la nada de antes.
Estoy en todo, y nada es todavía
sino el puerto del sueño.
La nube —blanco cúmulo— recoge
el sol que no se ve, rosa.
A donde quiera
que llegue, desde aquí, será a aquí mismo.
Estoy ya en el centro
en donde lo que viene y lo que va
unen desilusiones
de llegada y partida.
La nube —blanco cúmulo— recoge
el sol que no se ve, roja…
VIII
Boston,
14 de marzo.
BEBIMOS, en la sombra,
Nuestros llantos
confundidos…
Yo no supe cuál era
el tuyo.
¿Supiste tú cuál era el mío?
IX
New York,
17 de marzo.
SUEÑO EN EL TREN
…NO, EN EL LECHO
LA noche era un largo y firme muelle negro. El mar era el sueño y llevaba a la vida eterna. Desde las costas que dejábamos —inmensas y onduladas praderas con luna—, la gente toda del mundo, vestida de blanco y soñolienta, nosdespedía con un rumor inmenso y entrecortado. Sí, sí. ¡Hurrah al caballo vencedor! Y se agitaban —New London— los pañuelos blancos, los sombreros de paja, las sombrillas verdes, moradas, canelas…
Yo iba de pie en la proa —¡desde esta tribuna se ve divinamente!— que ascendía, aguda, hasta las estrellas y bajaba, honda, hasta el fondo de la sombra —¡buen caballo negro!—, abrazado estrechamente a… ¿a quién? No… A nadie… Pero… era alguien que me esperaba en la estación y me abrazaba riendo, riendo, riendo, mujer primavera…
X
New York,
18 de abril.
TORMENTA
NO se ve y se ven momentáneas luces blancas. Nervioso, espero un trueno que no oigo. Y quiero apartar con las manos el enorme ruido de taxis, de trenes, de tranvías, de máquinas de
remache, y abrirle paso al silencio para que me anegue en su golfo de paz, en cuyo cielo sienta yo sonar y pasar la tormenta.
No sé si el trueno está o no está. Es como cuando en la sombra imborrable de una noche apartada de campo, creemos que hay alguien a nuestro lado y lo sentimos encima sin verlo.
¡Qué infinidad de taxitos, de trenecitos, de tranvitas, de casitas en construcción, por la breve inmensidad de mi cabeza! Hasta hoy, que no oigo, en la tormenta, el trueno, no he oído qué ruido era este de New York… Llueve. No se ve. Y se ven momentáneas luces blancas.
XI
De New York a Philadelphia,
19 de mayo.
CEMENTERIOS
OTRA vez, sí. ¡Y ciento! El mayor atractivo, para mí, de América, es el encanto de sus cementerios sentidos, sin vallas, cercanos, verdadera ciudad poética de cada ciudad, que atan
con su paz amena y cantada de pájaros, en medio de la vida, más que los jardines públicos, que los puertos, que los museos… Una niña va entre las tumbas —violetas y azules bajo lo verde—
de su casa a otra, tranquila, deteniéndose abstraída a sonar su muñeca o a seguir con los ojos una mariposa. En los cristales colgados de yedras de las casas próximas, se copian las cruces,
a la fresca paz cobijada por la espesura que hermana, en una misma sombra, casa y tumba. Los pajarillos de ahora vuelan de la cruz a la ventana, tan tranquilos entre los vivos como la niña
en la colina, entre los muertos.
¡Cómo vence aquí la belleza a la muerte, ejemplo tranquilo y grato en medio de tantos malos ejemplos de prisa y malestar! ¡Oh rosa bien olida, oh agua bien bebida, oh sueño bien soñado! ¡Qué bien deben descansar los muertos en vosotras, colinas familiares de New York, claros, en la vida diaria, de vida eterna!
XII
A bordo,
7 de junio.
DESPEDIDA SIN ADIÓS
MAR amarilloso con espumas sucias, en un leve fermentar, como de gaseosa de limón. Se quedan atrás, con el leve ir del barco, barriles rotos, maderas viejas, guirnaldas de humos y espumas. Volviendo la cabeza a lo de antes, que ya no es nada, New York, como una realidad no vista o como una visión irreal, desaparece lentamente, inmensa y triste, en la llovizna. Está todo —el día, la ciudad, el barco— tan cubierto y tan cerrado, que al corazón no le salen adioses en la partida.
Salida dura y fría, sin dolor, como una uña que se cae, seca, de su carne; sin ilusión ni desilusión. Despedida sin alas, las manos en los bolsillos del abrigo, el cuello hasta las orejas,
la sonrisa inexpresiva, que no se siente y nos sorprende —¿se ríe usted?— contestada por otra, en el rostro pasado por agua. Ya no se ven… A babor… Un paseo por toda la borda… Bueno.
…La mar.