El 7 de octubre de 1991 moría en Barcelona, a los 69 años, José María Fonollosa, poeta cuya trayectoria literaria había comenzado casi medio siglo antes, en el lejano 1945, con la publicación de su primer poemario, La Sombra de tu Luz, que devoró inmisericorde el frío olvido de aquella España una, grande y libre. Lo mismo sucederá con las dos siguientes colecciones de poemas: Umbral del Silencio (1947) y Blues y Cantos Espirituales Negros (1951). Entre esos dos últimos títulos publicados, Fonollosa escribe un tercero, Los pies sobre la tierra, que permanecerá inédito y donde se halla el origen del ciclo poético que podemos llamar “Ciudad del hombre”.
A comienzos de los 50 marcha a Cuba donde vivirá la efervescencia prerrevolucionaria y la misma revolución castrista de 1959. De su estancia en la isla quedan los 4000 octosílabos del Romancero de Martí, sepultados por entregas en el diario El País de La Habana. Pero también la reelaboración e incremento del material de Los pies sobre la tierra rebautizado ahora como Ciudad del hombre: Nueva York. Con ese título envió un manuscrito a participar en el premio Ciudad de Barcelona de 1960. No lo ganó, con lo que la obra continuó inédita, aunque su singularidad no pasó desapercibida a algún miembro del jurado que –oh, los hilos del azar- la dará a conocer a un intrépido adolescente llamado Pere Gimferrer. Esta carambola de la casualidad será determinante para la publicación, treinta años después, de la obra. Porque Gimferrer quedó fascinado con la lectura del manuscrito y el recuerdo de su impacto perdurará a lo largo del tiempo.
Pero retomemos el hilo. Unos meses más tarde de su infructuosa participación en el certamen literario barcelonés José María Fonollosa decide regresar a la ciudad organizadora del premio que, además, era la suya natal. Corría el año 1961: publica entonces, recién regresado a España, cinco poemas sueltos en la revista Poesía Española. La indiferencia con que fueron acogidos le convenció tanto de su invisibilidad en el panorama literario como de la necesidad de proseguir con el solitario y singularísimo camino de la “Ciudad del hombre”. Se aísla del mundillo de las letras –sus únicas lecturas van a ser las obras del marqués de Sade y el diario La Vanguardia- y se consagra durante los siguientes treinta años a la expresión geométrica, en perfectos endecasílabos blancos, de su visión caleidoscópica de un mundo instintivo y lancinante poblado de anónimos ciudadanos que soliloquian -despiadados, cínicos, perversos, lúcidos, agónicos- perdidos por el laberinto de la Gran Ciudad, símbolo de un Universo intrascendente, lleno de furia y de dolor, esencias de lo humano.
Howard Street
Fuiste buena conmigo. Tus hermanas
te escupieron un nombre. Hasta tu madre
te miró con rencor cuando te fuiste.
No logré una moneda en mucho tiempo.
Pero nunca faltó vino en la mesa
y encontré más camisas en mi armario.
Eran días muy malos. Todo el mundo
me volvía la espalda. Fuiste buena,
mas te daba mis brazos cada noche.
Sabes que ahora la suerte ya ha cambiado
y en mi bolsillo crujen los billetes.
Fuiste buena. Lo sé. Pero me marcho.
No toda la madera es de un solo árbol.
Un pueblo ha de tener diversas calles.
A un cuerpo no le basta sólo un cuerpo.
Fuiste buena conmigo. Pero ahora
vuelvo a tener amigos y dinero.
La vida no termina aquí en tus brazos.
A mediados de los 80 llega a manos del ya consagrado poeta Pere Gimferrer un manuscrito titulado Ciudad del hombre. Enseguida reconoció en él la singularidad del libro leído hacía veinte años, en la adolescencia. Ahora los poemas –más numerosos que en el pasado- llevaban por título calles de Barcelona y no las de Nueva York. Gimferrer se decide a publicarlo con la ayuda del editor Jaume Vallcorba no sin antes seleccionar 70 composiciones (el original constaba de unas doscientas) y de restaurar los títulos neoyorkinos del manuscrito de los años 60. Así aparece, en 1990, un año escaso antes de fallecer su autor, el libro Ciudad del hombre: Nueva York, título nº 5 de la “Colección menor” de la editorial barcelonesa Sirmio.
El libro, por fin publicado, conmocionó a la sociedad literaria: la prensa enseguida se hizo eco de él y la edición se agotó (lo que tratándose de un libro de poesía no deja de ser extraordinario, al menos en España). Le llegaba el reconocimiento tras cuarenta años de solitaria e invisible elaboración.
La historia, tras la muerte del poeta en octubre de 1991, se torna rápida. La obra va ganando adeptos. Fonollosa –oh, sarcasmo- se hace visible en el panorama literario. Se publican más poemas suyos con el título Ciudad del hombre: Barcelona… Así hasta que en 2016 aparece la edición completa –doscientas composiciones-, preparada por José Ángel Cilleruelo para la editorial Edhasa, con el título definitivo de Ciudad del hombre. Esta edición lleva, a modo de pórtico de entrada a la Ciudad, un poema que fue encontrado entre los papeles dispersos que dejó Fonollosa sobre su escritorio el día en que murió:
No a la transmigración en otra especie.
No a la post vida, ni en cielo ni en infierno.
No a que me absorba cualquier divinidad.
No a un más allá, ni aun siendo el paraíso
reservado a islamitas, con beldades
que un libro garantiza siempre vírgenes.
Porque esos son los juegos para ingenuos
en que mi agnosticismo nunca apuesta.
Mi envite es al no ser. A lo seguro.
Rechaza otro existir, tras consumida
mi ración de este guiso indigerible.
Otra vez, no. Una vez ya es demasiado.
CRÉDITOS:
Texto presentación y voz poema «final»: Fernando Alcaine
Voz presentación y poema «Howard Street»: Manuel Alcaine
Ambientación musical: Keith Jarret – Chelsea Bridge