Con el austríaco Georg Trakl (1887-1914) nos situamos ante uno de los pioneros de las vanguardias artísticas del siglo XX en general, y del expresionismo en lengua alemana en particular. Su errática y corta vida estuvo dominada por episodios de fuerte depresión que trataba de combatir con el alcohol y las drogas (sus estudios de farmacia le pusieron en contacto con ellas). En 1914 fue reclutado para participar en la Primera Guerra Mundial como oficial médico: la brutal experiencia de la batalla de Grodek (actual Horodok, en Ucrania) le ocasionó una aguda y profunda crisis nerviosa que lo llevaría a un primer intento de suicidio. Ingresado en un manicomio de Cracovia, allí escribió uno de sus poemas más famosos, “Grodek” y redactó su testamento. Y allí acabará con su vida, a los veintisiete años, con una sobredosis de cocaína.
CRÉDITOS (Poema/voz/música):
1. Presentación – Manuel Alcaine – Arnold Schoenberg
2. Al niño Elis – María José Sampietro – Arnold Schoenberg
3. Alma de noche – Lola Orti – Arnold Schoenberg
4. Canto del solitario – Elena Parra – Arnold Schoenberg
5. Crepúsculo en el alma – Néstor Barreto – Arnold Schoenberg
6. Grodek – Chus Sanjuán – Arnold Schoenberg
7. En el este – María José Sampietro – Arnold Schoenberg
Selección poemas:
Al niño Elis
Elis, cuando el mirlo llame en el oscuro bosque
será tu ocaso.
Tus labios beben frescura en la pedregosa fuente azul.
Cuando tu frente sangre suavemente
olvida las antiguas leyendas
y el oscuro augurio del vuelo de los pájaros.
Pues tus leves pasos se adentran en la noche
cargada con los púrpuras racimos de la vid;
mientras el azul hace más bello
el movimiento de tus brazos.
Se escucha un espino,
allá donde vuelan tus dos ojos de luna.
Ah, hace cuánto tiempo que eres de la muerte.
Tu cuerpo es un jacinto
donde un monje sumerge sus dedos de cera.
Y una cueva sombría es nuestro silencio
de la que a veces surge un apacible animal.
Deja caer lento los pesados párpados.
Sobre tus sienes gotea un oscuro rocío,
el último oro de las estrellas extinguidas.
Alma de noche
Furtivo desciende de los negros bosques
un venado azul, el alma.
Es de noche y sobre los escalones musgosos
se ve una fuente blanca.
La sangre y un grupo de armas antiguas
murmuran en el valle de los pinos.
La luna brilla siempre en parajes derruidos;
embriagada por venenos oscuros,
máscara de plata inclinada
sobre el sueño de los pastores;
cabeza abandonada en silencio por sus sagas.
Oh, abre ella sus frías manos bajo arcos de piedra
mientras lento sube un dorado verano a la ciega ventana
y toda la noche se oyen sobre el verde
los pasos de la danzarina,
y la voz de la lechuza que llama al ebrio
en púrpura tristeza.
Canto del solitario
Armonía es el vuelo de los pájaros. Los verdes bosques
se reúnen al atardecer en las cabañas silenciosas;
los prados cristalinos del corzo.
La oscuridad calma el murmullo del arroyo,
sentimos las sombras húmedas
y las flores del verano que susurran al viento.
Anochece la frente del hombre pensativo.
Y una lámpara de bondad se enciende en su corazón,
en la paz de su cena; pues consagrados el vino y el pan
por la mano de Dios, el hermano quiere descansar
de espinosos senderos
y callado te mira con sus ojos nocturnos.
Ah, morar en el intenso azul de la noche.
El amoroso silencio de la alcoba
envuelve la sombra de los ancianos,
los martirios púrpuras, el llanto de una gran
que en el nieto solitario muere con piedad.
Pues siempre despierta más radiante
de sus negros minutos la locura,
el hombre abatido en los umbrales de piedra
poderosamente es cubierto por el fresco azul
y por el luminoso declinar del otoño,
la casa silenciosa, las leyendas del bosque,
medida y ley y senda lunar de los que mueren.
Crepúsculo en el alma
Silenciosa va a dar al lindero del bosque
una bestia oscura;
en el cerro acaba quedo el viento de la tarde,
enmudece en su queja el mirlo,
y blandas flautas del otoño
callan entre los juncos.
En una negra nube
navegas ebrio de amapolas
la alberca de la noche,
el cielo de los astros.
Aún resuena la voz de luna de la hermana
en la noche del alma.
Grodek
Por la tarde resuenan en los bosques otoñales
las mortíferas armas, y en las llanuras áureas
y en los lagos azules rueda el sol más oscuro.
La noche abraza a los guerreros moribundos,
irrumpe el lamento salvaje de sus bocas quebradas.
Pero silenciosas en la pradera,
rojas nubes que un dios airado habita
convocan la sangre derramada, la frialdad lunar;
y todos los caminos desembocan en negra podredumbre.
Bajo el dorado ramaje de la noche y las estrellas
vaga la sombra de la hermana por el bosque silencioso
saludando las almas de los héroes,
las cabezas sangrantes.
Y en el cañaveral suenan las oscuras flautas del otoño.
Oh, qué soberbio duelo, con altares de bronce;
un terrible dolor nutre hoy la ardiente llama del espíritu,
por los nietos que no han nacido aún.
En el este
A los salvajes órganos de la invernal tormenta
se asemeja la rabia tenebrosa del pueblo,
la onda purpúrea del combate,
de estrellas deshojadas.
Con las cejas quebradas, los brazos plateados,
la noche a moribundos soldados hace señas.
A la sombra del fresno otoñal
suspiran los espíritus de los muertos a golpes.
Rodea la ciudad espinoso baldío.
La luna arroja de los ensangrentados escalones
a las mujeres aterradas.
Lobos fieros irrumpen derribando la puerta.