Emocionante escena final de «Los muertos», último relato de «Dublineses». Para quien no conozca esta obra de James Joyce, se trata de un texto deslumbrante, de una profundidad que te atrapa y no se olvida jamás. Quizá sea porque Joyce supo expresarse a un nivel más poético que racional, y la buena poesía, como la buena música, cala muy hondo, sobre todo cuando la edad nos hace ver más cerca nuestra muerte y porque pesan ya las otras muertes de los seres queridos…
Tampoco Gabriel, el protagonista de la historia, entiende muy bien sus sentimientos. Inesperadamente, su esposa le ha revelado la existencia de Michael Furey, un muchacho que la había amado hasta llegar a morir de frío por no resignarse a perderla. The lass of Aughrim, la canción que han escuchado en la velada pasada en casa de sus ancianas tías, ha reavivado su recuerdo y su dolor.
«Si eres la chica de Aughrim como veo que dices ser, dime cuál fue la primera prenda que se cruzó entre nosotros. Oh, ¿no recuerdas la noche en aquella colina cuando nos encontramos, de la que ahora me apena hablar? La lluvia cae sobre mis pesados mechones y el rocío humedece mi piel; mi hijo yace aterido en mis brazos; pero nadie me deja entrar.»
Luego, cuando ella ya duerme, se le agolpan las emociones y reflexiona sobre aquel amor y el suyo, sobre aquella joven que había tenido un amor así en su vida y sobre ellos dos, que se iban convirtiendo ambos en sombras. Y al pensar en cómo la mujer que descansaba a su lado había evocado en su corazón, durante años, la imagen de los ojos de su amante el día que él le dijo que no quería seguir viviendo, siente por ella algo nuevo que sólo puede llamarse amor, y que le aproxima a Michael Furey y a esa región donde moran las huestes de los muertos. Y el relato concluye con uno de los párrafos más emocionantes que se han escrito nunca:
«Leves toques en el vidrio lo hicieron volverse hacia la ventana. De nuevo nevaba. Soñoliento, vio cómo los copos, de plata y de sombras, caían oblicuos hacia las luces. Había llegado la hora de variar su rumbo al Poniente. Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda. Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen y, más al Oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon. Caía así en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Reposaba, espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos.»
Hay que leer, escuchar y sentir «Dublineses», no te lo pierdas. También puedes ver la peli que, con el mismo título, dirigió magistralmente John Huston. Ah, y no te dejes asustar por la mala prensa del Ulises de Joyce.
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