«El vientre de los espejos» es el título de un poemario escrito por Fernando Alcaine, cuyos poemas nunca fueron publicados en papel pero que vamos a ir dando a conocer, uno a uno, en nuestro programa.
(«Sola», el poema en prosa que hoy nos deja «El vientre de los espejos» cuenta la detención y posterior asesinato de Manuel Alcaine Gabarrús, nuestro abuelo, hace ahora 82 años, el 12 de octubre de 1936, relatado por una niña, Araceli Alcaine, su hija, nuestra tía…)
SOLA
Nunca he dejado de ser devota de la Virgen del Pilar, pero no me gusta la fecha del 12 de octubre, esa multitudinaria ofrenda de flores, los cánticos de alabanza, ambiente televisivo de la beatería.
Ese preciso día, hace setenta años, estaba yo dentro de su Basílica, agarradita de la mano de mi padre, arrodillado él con devoción en la pequeña capilla de la Virgen. Una tregua de la lluvia, hacia el atardecer, nos había sacado por fin de casa. Sé, por supuesto, ahora, que el pasado es una variante de la fatalidad: lo que pudo ser no es nada comparado con la fuerza de lo que fue y marcó de por vida, a sangre y fuego. Y sin embargo, cuando pienso en aquel lejano 12 de octubre, no encuentro ninguna razón –ninguna humana razón- para que la mano de mi padre me llevara consigo a un lugar distinto: la cercanía, el fastidio de la niña encerrada en casa por la lluvia –en un día, además, festivo-, la fe, por supuesto, pero también la guerra, el refugio sagrado, tanto más en la Zaragoza fea, católica y fascista de 1936.
Un individuo se nos acercó por detrás, posó su mano sobre el hombro izquierdo de mi padre y lo conminó a que saliera fuera de la Basílica, a la plaza. He sabido después que el fulano era un camisa azul imberbe, deseoso de hacer méritos ante los suyos, los hombres justos. Varios de sus compañeros nos aguardaban a la salida: allí me soltaron de su mano para poder tenerlo bien sujeto y llevárselo detenido.
No olvidaré nunca el rostro demudado de mi padre, sus atónitos ojos en la noche. Ya no lo volvimos a ver. No pudo decirme nada. Uno de los individuos, con voz destemplada, desagradable como un graznido, fue quien me despidió: “Vete a tu casa, niña”. El espanto me echó a correr. No sé cómo supe llegar a casa sola.
VOZ . María Jesús Sanjuán
MÚSICA FINAL: «Anda jaleo», de F.G.Lorca, interpretada por Marisol.