El vientre de los espejos es el título de un poemario escrito por Fernando Alcaine, cuyos poemas nunca fueron publicados en papel pero que vamos a ir dando a conocer, uno a uno, en nuestro programa. Exploramos así esta novedosa forma de editar y distribuir poesía.
(4) EL VIENTRE DE LOS ESPEJOS
…el vientre enigmático de los espejos curvos… (M. Labordeta)
1
“Ven a mis manos, cardelina triste,
A mis manos sin ti que se estremecen,
A mis vacías manos que te mecen
Al amor del arrullo en que naciste.”
He aquí el primero de los dos poemas dirigidos a mi entrañable amiga Begoña, la cardelina o jilguero del vocativo inicial. Se diría que expresa el instinto materno de protección ante la dilatada ausencia de la hija. Y sin embargo, puede ser que yo escribiera esas líneas en respuesta a un mensaje suyo enviado desde Copenhague, en cuya Universidad trabajaba como lectora de español. En sus palabras se traslucía la nostalgia de los montes y del cielo de su infancia, la añoranza del calor del hogar. Se despedía, como siempre conmigo, con un cómplice “Cardelina”, sobrenombre con que la bautizara su padre, fallecido al poco de cumplir ella los diez años.
Aunque, también, había mucho de juego. Ese juego afectuoso, al que de vez en cuando nos entregábamos, y que te lleva a mostrar sentimientos íntimos como si fueran fingidos. Una manera fugaz de revivir la inocencia. Porque Begoña tenía buenas razones para sentirse satisfecha con la vida, y no se las ocultaba ni a ella misma ni a sus amigos.
2
El segundo poema lo conocí tiempo después. No puedo olvidar la conmoción de su voz al otro lado del teléfono mientras me comunicaba su terrible enfermedad. Fueron unos días espantosos. En cuanto pude me desplacé hasta Copenhague, con el corazón sobrecogido, presa de una angustia muy difícil de dominar.
En el aeropuerto me aguardaba Christian, su esposo danés, que traía de la mano a Irene, la pequeña de la casa. El trayecto hasta el domicilio familiar lo hicimos casi en silencio, un silencio sereno, acogedor. A través de los cristales del auto veía por vez primera la hermosa ciudad, envuelta en un frío intenso de aceras heladas y nieve dormida en tejados y parques.
La encontré en un sillón junto a la ventana que da al jardín. La reconocí enseguida en la luz de los ojos, pese a lo evidente del pañuelo en la cabeza, los rasgos afilados, la delgadez.
Me demoré diez días en su casa. Nos abrazamos, dimos algún pequeño paseo, miramos fotografías, escuchamos música, vimos alguna película…pero, sobre todo, me dediqué a hablarle y a hablarle. Sentía yo que escuchaba mis palabras como si fueran las suyas propias. A ratos se animaba e intervenía; no obstante, la mayor parte de las veces se limitaba a asentir o a apuntar un nuevo tema para que yo me explayara: amigos, trabajo, amores, familia, viajes…y el pueblo, normalmente principio y fin de mis charlas, punto del que salían los hilos de la conversación y a donde acababan regresando. El lugar donde había muerto su padre y donde se marchitaba su madre sin memoria de sí misma ni del mundo.
3
El día anterior a mi marcha estuvimos mirando unas fotografías antiguas del pueblo. Una, especialmente emotiva, me llamó la atención. Aparecía Begoña, como de ocho o nueve años, junto a sus padres, con un fondo de luces de barracones de feria y gente por todos los lados. Buscando, quizá, una fecha que pudiera orientarme le di la vuelta a la fotografía y allí me lo encontré. Escrito a mano rezaba:
“Ven a mis manos, cardelina triste,
A mis manos sin ti que se estremecen,
A mis vacías manos que te mecen
Al amor del arrullo en que naciste.”
4
Mi recuerdo de Begoña irá siempre ligado a estos dos poemas. No se me oculta que el primero va dirigido a ella antes de saber nada, mientras que el segundo está escrito después de saberlo todo.
Por una extraña paradoja, las innegables diferencias que presentan los poemas entre sí me impiden saber con certeza cuál he escrito yo y cuál se debe a otro.
MÚSICA:
Suspiros de España, Antonio Álvarez Alonso
Deezer Session, Agnes Obel
Tajabone, Ismael Lo