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De Fuerteventura a París – Miguel de Unamuno

12 enero, 2023 - Poesía
De Fuerteventura a París – Miguel de Unamuno

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DE FUERTEVENTURA A PARÍS. Diario íntimo de confinamiento y destierro vertido en sonetos.
Miguel de Unamuno (1864-1936)

cartel UNAMUNO-cuadro

Que Unamuno fue un espíritu combativo queda atestiguado desde su irrupción en las letras españolas a finales del siglo XIX hasta los sucesos de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, de la que era Rector, cargo del que fue fulminantemente destituido tras un memorable y mítico enfrentamiento al poder militar alzado contra la República y que le valió, además de la mencionada destitución, el arresto domiciliario, donde apurará sus últimos días de vida.

Pero no fue ése su primer encontronazo político. Doce años antes, en 1924, había protagonizado otro, en este caso con el dictador Primo de Rivera, que también le costó el cargo (ahora, la cátedra de griego en la misma Universidad de Salamanca) y acarreó su confinamiento (ahora, en la isla canaria de Fuerteventura). A diferencia de aquél, éste espoleó la creatividad de Unamuno, manifiesta en la composición de varias obras, la más significativa de las cuales es la que hoy presentamos: De Fuerteventura a París (Diario íntimo de confinamiento y destierro vertido en sonetos), aparecida en 1925, en París. El poemario consta de un centenar de sonetos escritos entre Salamanca (el primero lo escribe el día en que se le comunica la orden de destierro), Fuerteventura (de donde logra evadirse tras varios meses, con la ayuda de un yate francés) y París (ciudad en que se instala al principio y donde se publica, como decíamos, la colección). Después se trasladará al País Vasco francés (a Hendaya) donde, por cierto, escribe un nuevo libro de poesía, el Romancero del destierro, que verá la luz en Buenos Aires, en 1928.

Esencialmente poeta, no deja de ser curioso que Unamuno no comenzara a escribir versos “hasta pasar de los treinta años”, según le dice en carta al escritor y diplomático uruguayo Juan Zorrilla de San Martín. Y añade: “Y la mayoría de ellos, la casi totalidad, después de traspuestos los cuarenta”. Esa falta de precocidad en un género tan asociado a ella, junto a su imagen pública de catedrático de griego, ensayista, polemista, intelectual en suma, contribuyeron acaso a obviar una faceta que pudo ser vista casi como una frivolidad de escritor metomentodo. También es cierto que su enorme talento poético no pasó desapercibido a los mejores: Antonio Machado sentía por él verdadera devoción, JRJ lo tuvo siempre como a un maestro, pero el mayor elogio le llegó del gran Rubén, tanto más significativo cuanto que Unamuno había tratado al nicaragüense con algunas reservas. No nos resistimos a reproducir unas palabras de Darío aparecidas en La Nación de Buenos Aires en 1908: “¿Cómo este hombre que escribe tan extrañas paradojas, este hombre a quien llaman sabio, este hombre que sabe griego, que sabe una media docena de idiomas, que ha aprendido solo el sueco y que sabe hacer incomparables pajaritas de papel, quiere ser también poeta? Los verdugos del endecasílabo, los que no ven que un hombre sirva sino para una cosa, estaban furiosos. Y cuando manifesté delante de algunos que, a mi entender, Miguel de Unamuno es ante todo un poeta y quizá sólo eso, se me miró con extrañeza.”

Así lo pensamos nosotros, y espléndida muestra de ello es este diario de confinamiento y destierro, escrito desde unas circunstancias históricas y personales muy concretas, pero que Unamuno trasciende gracias a su verso a ratos furibundo, a ratos desesperanzado, casi siempre de una hondura metafísica como no conocía la poesía española desde Quevedo.

 

CRÉDITOS: Poema/voz/música: BSO-Mientras dure la guerra (Alejandro Amenábar)

0. Presentación/Fernando Alcaine
1. Manuel Alcaine/
2. María José Villanueva/
3. María José Sampietro/
4. Lola Orti/
5. Mingo España/
6. Lola Orti/
7. María José Villanueva/
8. María José Sampietro/
9. Elena Parra/
10. Mingo España/
11. Lola Orti/
12. María José Villanueva/
13. María José Sampietro/
14. Elena Parra/
15. Mingo España/
16. Manuel Alcaine/
17. María José Villanueva/

 

SELECCIÓN SONETOS:

1

Los que clamáis «¡indulto!» id a la porra
que a vuestra triste España no me amoldo;
arde del Santo Oficio aun el rescoldo
y de leña la envidia lo atiborra.

No he de ir cual carnero con modorra
de esa sucia bandera bajo el toldo
a soportar al general Bertoldo
harto de retozar con una zorra.

Pus en el corazón y en la mollera
serrín guarda esa taifa de cretinos
auto-brutos. ¡ Ya cruje la escalera!

Y ellos se tambalean, pues los vinos
nacionales- no sirve la solera-
no cambian en leones los cochinos.

2

Un siglo ya que al turbulento Riego
hizo ahorcar el abyecto rey Fernando,
el vil tirano de cobarde mando,
siglo en que España no ha hallado sosiego.

Vuelve el digno biznieto al mismo juego
y nos quiere colar de contrabando
la monarquía neta al par que dando
a su tronchado cetro sangre en riego.

Mas si aun así ese basto ha de dar flores,
ni hoja, ni fruta, ni ha de darnos sombra,
porque se ha de quemar a los ardores

del sol de justicia a que no asombra
nube de vil pedrisco, y los traidores
al pueblo han de servir al fin de alfombra.

 

3

Al sol de la verdad pongo desnuda
mi alma; la verdad es la justicia
que a la postre a la historia siempre enquicia
y ante la cual pura la fe no muda.

Él me enseñó a cantar con mi voz ruda
lo que otros callan y al perverso enjuicia
y me enseñó a escapar de la avaricia
de dones del Espíritu; Él me escuda.

Doy lo que Dios me dio, pues mi talento
moral no entierro por temor al amo;
mal le sirve el cobarde, el avariento;

voy a su ley de amor como a reclamo,
echo mi entera mies al libre viento
que deja el grano y que se lleva el tamo.

4

Tranquilos ecos del hogar lejano,
grises recuerdos del fugaz sosiego,
suaves rescoldos de apacible fuego,
cansada, ante ellos, tiémblame la mano.

Olas que sois ensueños del Océano,
y en cuya vista mi morriña anego,
lavad meciendo mi pasión, os ruego,
mas sin abrirme el misterioso arcano.

¿Cuándo, Dios de mi España, pondrás tasa
al baldón de tu pueblo envilecido?
No pueblo, no, sino cobarde masa…

Y, ¿cuándo harás, Señor, compadecido,
que en el silencio vivo de mi casa
me dé en sus brazos al más santo olvido?

 

5

La mar ciñe a la noche en su regazo
y la noche a la mar; la luna, ausente;
se besan en los ojos y en la frente;
los besos dejan misterioso trazo.

Derrítense después en un abrazo,
tiritan las estrellas con ardiente
pasión de mero amor, y el alma siente
que noche y mar se enredan en su lazo.

Y se baña en la oscura lejanía
de su germen eterno, de su origen,
cuando con ella Dios amanecía,

y aunque los necios sabios leyes fijen,
ve la piedad del alma la anarquía
y que leyes no son las que nos rigen.

6

Raya celeste de la mar serena,
se echa de bruces sobre ti mi mente
y abreva en ti, misteriosa fuente,
el secreto de Dios de que estás llena.

Eres su regla, la única, la buena,
la que nunca se tuerce ni resiente,
la que mide los cielos sonriente
y a nivel de razón al mundo ordena-

Cuando a mi juicio en su raíz agita
el vil agravio que me graba el pecho
acudo a ti como a divina cita

y encuentro en ti para mis ansias lecho,
tú, la palabra del Señor escrita,
palabra original, que es el derecho.

 

7

Y si su música a soñar ayuda
¿a qué buscarle letra y argumento
Como las pobres letras muda el viento,
pero no el canto cuando el viento muda.

Cigarra colosal, con boca muda,
cantan sus alas, cantan el contento
de beber luz y da su canto aliento
el alma que en sus olas se desnuda.

Toda eres sangre, mar, sangre sonora,
no hay en ti carne de los huesos presa,
sangre eres, mar, y sangre redentora,

sangre que es vino en la celeste mesa;
los siglos son en ti una misma hora
y es esta hora de los siglos huesa.

8

Horas serenas del ocaso breve,
cuando la mar se abraza con el cielo
y se despierta el inmortal anhelo
que al fundirse la lumbre lumbre bebe.

Copos perdidos de encendida nieve
las estrellas se posan en el suelo
de la noche celeste y su consuelo
nos dan piadosas con su brillo leve.

Como en concha sutil perla perdida,
lágrima de las olas gemebunda,
entre el cielo y la mar sobrecogida

el alma cuaja luces moribundas
y recoge en el lecho de su vida
el poso de sus penas más profundas.

9

¿Es camello la nube o el camello
es una nube, vaporosa gasa,
que a ras de tierra a paso lento pasa
dando al viento su cálido resuello?

Su flotante contorno, ¿es bruma o vello?
¿Celeste espuma su armazón o masa
de huesos, piel, carne metida y grasa?
¿Puso el aire o la tierra aquí su sello?

Cuando el sol llega a su dorada puesta
sobre nube de piedras — la montaña —
me devano los sesos por si presta

tomo la sombra al cuerpo o nos engaña;
si es la vida el ensueño de una siesta,
si la historia es leyenda o es patraña.

10

Al frisar los sesenta mi otro sino,
el que dejé al dejar mi natal villa,
brota del. fondo del ensueño y brilla
un nuevo porvenir en mi camino.

Vuelve el que pudo ser y que el destino
sofocó en una cátedra en Castilla,
me llega por la mar hasta esta orilla
trayendo nueva rueca y nuevo lino.

Hacerme, al fin, el que soñé, poeta,
vivir mi ensueño del caudillo fuerte
que el fugitivo azar prende y sujeta;

volver las tornas, dominar la suerte
y en la vida de obrar, por fuera inquieta,
derretir el espanto de la muerte.

 

11

Vuelve hacia atrás la vista, caminante,
verás lo que te queda de camino;
desde el oriente de tu cuna el sino
ilumina tu marcha hacia adelante.

Es del pasado el porvenir semblante;
como se irá la vida así se vino;
cabe volver las riendas del destino
como se vuelve del revés un guante.

Lleva tu espalda reflejado el frente;
sube la niebla por el rio arriba
y se resuelve encima de la fuente;

la lanzadera en su vaivén se aviva;
desnacerás un día de repente;
nunca sabrás dónde el misterio estriba.

12

Pleamar, bajamar; alza su pecho
y lo abate el Océano cada día;
hay horas encumbradas de osadía
y horas en que la fe rueda a su lecho.

Horas que al corazón le viene estrecho
todo el cielo de luz, y horas que espía,
lívido y quieto, la mirada fría
de la Muerte que cree ver en acecho.

Ya en la corona del Señor se posa,
ya rueda de su escaño a la hondonada,
donde su horror encuentra propia fosa;

ya sale con el Sol por la alborada,
ya se pone en la noche tenebrosa
sin luna y sin estrellas de la Nada.

 

13

¡Oh, clara carretera de Zamora,
sonadero feliz de mi costumbre,
donde en el suelo tiende el sol su lumbre
desde que apunta hasta que rinde su hora!

¡Cómo tu cielo aquí en mi pecho mora
y me alivia la grasa pesadumbre
de esta ya más que mucha muchedumbre
de París que el reposo me devora:

Bulevares, esquares, avenidas,
sumideros del metro, ¡qué albañales
del curso popular, con sus crecidas !

Senaras de la Armuña, ¡qué pañales
disteis a mis ensueños ! ¡Cuántas vidas
abortan en las grandes capitales!

14

Doradas hojas de la lenta tarde
de mi vida y del año, sueño al veros
las piedras de oro — ¡sus rojos letreros! —
de Salamanca, donde Dios me guarde.

Corazón, nunca has sido tú cobarde;
esas hojas fe anuncian los primeros
hielos de aquí, en París, ¡oh, los braseros,
donde el rescoldo entre cenizas arde!

Noches en que la lumbre sosegada
dormía, en tanto que fuera el relente
despertaba a la vida en la alborada;

noches en que sentí sobre mi frente
la mano del Señor que de la nada
¡me iba exprimiendo el sueño que no miente!

 

15

A un hijo de españoles arropamos
hoy en tierra francesa; el inocente
se apagó — ¡feliz él! — sin que su mente
se abriese al mundo en que muriendo vamos.

A la pobre cajita sendos ramos
echamos de azucenas — el relente
llora sobre su huesa — , y al presente
de nuestra patria el pecho retornamos.

“Ante la vida cruel que le acechaba,
mejor que se me muera” — nos decía
su pobre padre, y con la voz temblaba;

era de otoño y bruma el triste día
y creí que enterramos — ¡Dios callaba! —
tu porvenir sin luz, ¡España mía!

16

“Yo soy la senda, la verdad, la vida”.
¡Y qué duro, Señor, otro destino!
¡De otra verdad como es terrible el sino!
¡Cuán pronto de otra vida uno se olvida!

Bilis y tinta encima de la herida
abierta al polvo negro del camino,
sin tu sangre. Señor, celeste vino
que la embalsame al fin de la partida.

“No es mi reino — dijiste — de este mundo”
pero ve que sin patria triste muero
en el destierro y en error profundo:

raíz dame en la tierra, aquí, primero,
sin raíz con el polvo me confundo:
sólo con ella he de irte todo entero.

 

17

¡Oh, mi pueblo castizo, el del mañana,
la camarilla y el pronunciamiento,
guarda entre piernas el entendimiento
y en vez de voluntad tiene real gana.

Nada le importa, y hasta su galbana
con honda siesta, siesta de jumento,
que no le vengan con el viejo cuento
de la justicia, porque es gente sana.

Que le dejen en paz y en el olvido;
que no le den con pensamientos guerra,
¡bien sabe el sueño en el materno nido!

Lástima grande que una vida perra
le fuerce a trabajar por el cocido,
¡ la olla podrida !, su raíz en tierra.

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