Este será el último paseo de esta temporada, y quiero hablaros de piedras.
Empecé este mes de junio, que está siendo muy largo, en la playa, en una playa de piedras en la que hubo muchos atardeceres, una temperatura que define con justicia el confort, mucha humedad y alguna tormenta suelta, de esas de paso rápido y poca intensidad. Tormentas flecha, siempre en dirección este, en busca del sol saliente. También hubo luna llena y flores, infinidad de buganvillas reventadas de color, jazmines y jacarandas en estado de gracia. Cierro ciclo, como me suele pasar muchas veces en junio, cuando el solsticio marca días largos y noches cortas, con flores, piedras que rompen en la orilla a la vez que las olas y horizontes cuajados de cumulo-nimbos.
Después, casi sin solución de continuidad, enlazo con un taller de suelos empedrados, porque desde hace unos años organizo con mi compañera Amara Carvajal cursos de empedrados tradicionales hechos con cantos rodados.
Mundo piedra es el que toca y me rodea este mes que marca el inicio del verano. Me gusta el verano y junio es un previo emocionante de lo que está por llegar, piedras y más piedras en este caso. Como sabéis los que habéis escuchado otros paseos, a Chip, el bodeguero que me acompaña desde hace doce años, también le gustan las piedras; las elige y las transporta, las lame y después las amontona y, alguna vez, hasta se las traga. Si están en el agua, la actividad conlleva, además, nadar y bucear. En ocasiones, cuando las deja junto a mí, son regalos que me hace este perro sirena. Desde el principio de su vida ha tenido una relación tan tierna con las piedras que creo que fue él quien hizo que yo también las mirara de esa forma que aúna mirar y ver y me sumara de forma natural a su pasión por los cantos rodados.
Paseo por la playa y cuando suena el teléfono. Es Paloma, la mujer de Juan. Me dice que Juan ha muerto. Juan es el hermano de Fernando, y Fernando fue mi pareja. Murió hace siete años de un aneurisma que en principio pareció leve y controlado. Era el solsticio de verano, y cuando me llama Paloma falta menos de medio ciclo lunar para que llegue el día 20. En estos días densos como una piedra densa he escuchado la música de Fer mientras el olor del jazmín inundaba las puestas de sol y he llegado a la conclusión de que todavía estamos en modo abierto, en un formato de libro de papel que puedes abrir por cualquier página y leer letras y palabras que forman frases y párrafos y pensamientos. Me doy cuenta de que necesito abrir de vez en cuando esas páginas para ver si continúa escrito lo mismo que estaba escrito y que leí en un momento pasado pero no pasado del todo. Las historias se suceden, una tras otra, y todas tienen la particularidad de convivir superpuestas en diferentes estratos que en ocasiones varían de posición: unas salen a la superficie para enterrar a otras que luego se mostrarán en su plenitud en otro momento.
Esto pasó en la playa de piedras, y continúo con más piedras este mes de junio. Aquí dejo los cantos rodados entre atardeceres en acantilados y voy al encuentro de los cantos rodados que se agolpan en los cursos de agua del Pirineo a modo de canteras naturales. Familias de piedras con sus historias y con sus ciclos que tampoco olvidan nunca de dónde vinieron.
Amara conoce el lenguaje de las piedras y me lo ha ido enseñando estos años. Conocí a Amara a través de un vídeo de Eugenio Monesma que describía la rehabilitación del suelo de la ermita de San Ramón de Belarra, en la Guarguera. Hablaba mientras trabajaba con las rodillas en el suelo mientras Eugenio iba rodando el proceso. Belarra es un pueblo mínimo, con una ermita que sobresale sobre una pequeña loma al lado de un arroyo, y a medio kilómetro, tres o cuatro casas más. Para llegar a Belarra tienes que cruzar el Guarga, río pequeño pero que a veces, en primavera, se crece y se rebela. Sobre el río hay una pista de cemento que solo permite que la atravieses en época de poco caudal. Belarra, y otros suelos que han pervivido en el maravilloso entorno despoblado de la Guarguera, son un descubrimiento. Amara aparecía reintegrando las piedrecitas que formaban el dibujo central del suelo, que me pareció en principio un nudo gordiano. Más tarde, cuando fui a visitarlo, me vino a la cabeza el término circuito cerrado, porque me dio la impresión de que todo en él estaba conectado.
Y es que voy en busca de suelos en primavera, verano y otoño. Al principio, solo eran suelos, que me llamaban por la mera composición de las piedras unas junto a otras. Después, vi otras cosas que empezaron a hacer de cada pavimento algo único: el tamaño y la forma de los ruejos, las diferentes formas de colocarlos, el color, los dibujos centrales y las grecas ornamentales de los laterales. Ahora para mí son casi espacios sagrados dotados de un lenguaje que se explica también a través de la simbología. Veo cómo se han comportado los suelos y cómo lo ha hecho la naturaleza o el edificio que los alberga. Veo pequeños detalles que son como marcas de cantería: las firmas del hacedor. Veo la calidad de la última capa, ya sea mortero o arena. Me imagino que cada suelo es un trozo de la piel o la costra de un lugar concreto y, a veces, siento que lo estoy mellando con mi presencia, o insultando, hasta el punto de no atreverme a pisarlo. Cuando vuelvo, los veo diferentes, y me acuerdo de Antonio Tabucchi cuando escribe sobre un poema en el que una persona está en la misma ventana de su infancia, pero ya no es la misma persona y tampoco es la misma ventana, porque el tiempo cambia hombres y cosas.
Esta es una selección de un artículo del blog Esmemoriaus. Se llama Pisando piedras
“Me voy a centrar en esas piedras mucho más pequeñas donde la erosión, propiciada tanto por el hielo como por el agua, ha conseguido moldear dotándolas de formas redondeadas y pequeño tamaño. Estas características de entrada y por sí solas, podrían ser motivo más que suficiente para desechar su empleo en la construcción de las casas tradicionales. Sin embargo no es así. La arquitectura tradicional altoaragonesa ha sabido sacar también partido a estas piedras, consiguiendo con su uso unos resultados más que interesantes y originales. Así puede comprobarse en los suelos de algunas casas altoaragonesas diseminadas por esta provincia. No se trata de un uso habitual y común pues la ejecución de esta técnica siempre resultó ser cara, y por tanto, sólo estuvo al alcance de aquellas casas con más recursos. Por eso mismo, la presencia de estos suelos empedrados formando bonitos diseños resultaba ser, al fin y al cabo, una forma más de dar a conocer a quienes se adentraban en esas casas, la solvencia económica de las mismas.
Estos suelos generalmente se ubicaban en el patio o planta baja de las casas aunque también hay casos en los que esta técnica se empleó en suelos de la planta primera. Con algo de paciencia, el albañil iba colocando una a una las piedras conformando así dibujos con diferentes motivos geométricos o florales. En la comarca del Alto Gállego todavía persisten suelos de estas características que afortunadamente han conseguido llegar hasta nuestros días. Muchos han sido restaurados y la mayor parte del buro que inicialmente ejerció de amalgama, en la actualidad ha sido sustituido por cemento que proporciona más solidez y una resistencia casi total al pisoteo.
Pero no todas las casas pudieron permitirse contar con unos suelos tan profusamente decorados. A pesar de que el elemento base era barato pues tan sólo debían acudir a recogerlo al lecho de los ríos y barrancos de la zona, la elaboración suponía un extra de mano de obra que no podían asumir. Por este motivo abundan mucho más los ejemplos de suelos en los que directamente fueron empleadas piedras de gran tamaño o losones cuyo origen debemos buscar en el flysh”.
El jueves por la tarde cojo el coche y me voy a Ibort, junto a Sabiñánigo. El viernes empezará nuestro cuarto taller, en el que me encaro de la producción. Ibort es un pequeño pueblo autogestionado propiedad del Gobierno de Aragón que se repobló en los años 80. A sus habitantes los llamaban cucolos, porque se decía que aquí era donde primero cantaba el cuco.
Una parte importante del proceso es la recogida de piedras, que hacemos en el cauce del Guarga. Por lo que el jueves, cuando voy hacia Ibort, me acerco hasta el río para ver cómo va de agua este anómalo mes de junio. En el río me pica un bicho en el ojo y noto cómo se va inflamando por momentos. No le hago mucho caso y continúo hacia Ibort, porque los primeros participantes están a punto de llegar. Coincidimos el mismo fin de semana con la Quebrantahuesos, prueba ciclista extrema que acoge en esta edición a casi trece mil ciclistas que irán de Sabiñánigo a Pau por Somport y volverán por el Portalet. Por la tarde, una vez que todos han quedado alojados, decido a ir a un médico porque el ojo se me está poniendo bastante feo. Voy hacia Jaca por una pista de tierra que une Ibort con la antigua carretera de Hostal de Ipiés. Es un viaje hacia el Oroel pero con otra visión porque recorre la trasera de la Val Ancha y te va sumergiendo en los campos de trigo y colza. Carreteras pequeñas y con muchas curvas, sin tráfico, llenas de erizones en las laderas norte. Nunca había visto tantos. Erizones amarillos pinchudos que solo florecen unos días en junio. Escucho a Estopa en un cd que llevo en el coche desde hace años. Estopa a tope de volumen y los erizones. Nada más. Cuando vuelvo pierdo la entrada de la pista y giro en medio de la carretera vacía. El sol ya no está pero hay algo de luz. Chip, que ha venido conmigo, también escucha a Estopa y seguro que los reconoce de otros viajes. Fracturas en el terreno emocional que deberemos reintegrar mañana por la mañana con mortero de cal.
En Ibort ha comenzado el proceso que va desde el cero hasta el infinito en el empedrado de cantos rodados formalizado en un jardín cualquiera pero en uno concreto. Van pasando las horas del fin de semana repartidas en giornattas que se relacionan con las amalgamas y los morteros. Piedras, personas, rodillas hincadas y lumbares jodidas, buenas y variadas historias, perros y cabras, vino, brasas, hogueras, comida y música en un lugar de este mundo raro que es real y no imaginado. Funcionamos como cuadrilla a destajo pero curiosamente bien avenida, estimulada y aceitada, durmiendo poco y currando mucho
El pavimento, bajo las claras y concisas instrucciones de Amara, va tomando cuerpo a velocidad de vértigo respetando un reparto equitativo y sincronizado en cada uno de los trozos o cuadrículas que tienen vida propia pero que a la vez comparten un significado conjunto: esto va de aprender viendo y mirando aunando energía con el de al lado y el de al lado con el de su otro al lado. Fuera del universo piedra la vida sigue con sol y lluvia, cumpleaños, huertos, gritos y música que son ajenos pero se entremezclan entre morteros de cal, herramientas y una selección detallada en los montones de cantos rodados, cuestión esta última que se va complicando a medida que la forma y el fondo del solar del suelo se materializa. En el destajo resulta fundamental el pronóstico de lluvia para la tarde noche del sábado, que se cumple fielmente, de tal forma que el mismo sábado, ya sin luz, el trozo de jardín en el que estamos trabajando parece el infierno de Dante con tanto culo, cuerpo y piernas cruzados, sin elegancia alguna y con mucho de corporeidad primitiva: la verdad es que resulta de una belleza abrumadora bajo los frontales y los focos colgados en los castaños y las ventanas de casa de Jesusa.
Dicen que pueblo pequeño infierno grande, pero por aquí, que ya es allí, el viernes de verano, el sábado que no logró detener la lluvia y el domingo el éter fluyó de forma emocionante. Como resumen, piedras que bailaron hasta el amanecer. Hemos fraguado a modo de mortero lento, que es el que tiene el agua, la arena y la cal en su justa medida porque si no o no amalgama o suelta demasiado. En el suelo de Ibort quedan fundidas muchas historias.
Termino este paseo el día 20 de junio, fecha en la que hace siete años certificaron la muerte de Fernando, aunque siempre he pensado que el 16, cuando le indujeron el coma, ya no estaba. Desde mi altarcito interior, que sigue existiendo aunque no es invasivo, como dice Jodorowsky, le recuerdo, aunque ya no sé si lo que recuerdo fue real o es todo inventado. Sé que también recogimos piedras un día en el río Estarrún, y quizá esa parte es la responsable de que hoy esté aquí. Aunque, la verdad, es que nunca me olvido del 16, ni tampoco del 20 de junio.
En ocasiones da la sensación de que lo visible se explica con lo invisible, aquello que no está o que resulta tan obvio que lo obvias. El suelo y lo que lo rodea, espacio, tiempo. Algunos han sido pisados por muchos antes de que tú los pisaras, y suponen la memoria de historias en las que confluyen personas, técnicas y territorios. Otros son muestras de una labor que parece hecha de encaje. Son, a la vez, superficies útiles, y decoradas y decorativas. Y Son la muestra de un saber de siglos que delata el uso de los materiales más accesibles de forma muy intuitiva e inteligente.
-Elena Parra-
Un pensamiento sobre “Caminar, mirar, contar – Piedras y más piedras”
Genial Elena. Me gusta escucharlo que cuentas. Las piedras, algo que nos atrae sin querer. Una caricia para Chip de mi parte