Hoy vamos a viajar en el tiempo. Lo haremos sin mapas, sin coordenadas ni medios de transporte, solo imaginando, si podemos, cómo era el mundo hace casi dos siglos. Un viaje que no será distópico ni tampoco utópico. No será al futuro, más bien al contrario, aunque a veces no nos lo parezca. Empecemos.
Estamos en 1863. Nos ayudará saber que se está librando la guerra civil americana, la de Secesión; en enero de ese año Abraham Lincoln emite la Proclamación de Emancipación, que cambia el estatus legal de más de tres millones y medio de afroamericanos esclavizados de esclavos a libres; Francia ha invadido México, y al año siguiente Maximiliano I será coronado emperador del país. En Suiza, por iniciativa de Jean Henri Dunant, se crea la Cruz Roja, y en Londres se acaba de poner en marcha el primer ferrocarril metropolitano, el primer “metro”, con 6 km de recorrido. Este año nacerán Sorrolla, y Cavafis, y en España, que está sumergida en la crisis final del reinado de Isabel II, Rosalía de Castro publica en Vigo Cantares gallegos.
Dos años antes aparece escrito, por primera vez, el término Grand Tour. Será en una obra de Lassels, El viaje a Italia, aunque su planteamiento como viaje formativo bien se puede remontar al Renacimiento. Este término hace referencia a un viaje que realizaban por el continente europeo los aristócratas británicos o los jóvenes europeos de clases altas cuando habían alcanzado la mayoría de edad, los 21 años. Italia, y Francia, eran los destinos clave. Estos viajes se han relacionado con la precariedad de las universidades, y quizá por este motivo se consideraban parte de la etapa formativa, un elemento fundamental en la educación de las clases más favorecidas.
Nosotros vamos a lanzar una flecha que nos lleve a nuestro destino, y lo haremos en medio de este mosaico de situaciones dispares, confusas y singulares.
Estoy revisando unas cajas llenas de carpetas que mi padre dejó en herencia. Parecen esqueletos o residuos confinados, testigos de su ir y venir por archivos bibliotecas y hemerotecas y, a la vez, o también, faros que mandan señales, que me mandan señales. Encuentro un artículo de El País, de septiembre de 2013: Aquí nació el turismo, se titula. Está firmado por Iker Seisdedos. El artículo, original no fotocopia, está subrayado y metido en un sobre marrón.
Cada caja está llena de sobres de color marrón y cada sobre lleno de subcarpetas también de del mismo color, que bien podrían ser del pantone Caramel café. En todos los sobres, escritas en la parte superior derecha, unas mayúsculas, unas misteriosas siglas que día a día se me van haciendo más visibles. Las voy descifrando como un ciego que palpa y reconoce. Además, cada sobre marrón contiene una breve descripción escrita a mano, con la letra apenas inteligible de mi padre. Buceo entre siglas, barras, puntos y su lamentable grafía que mezcla mayúsculas y minúsculas, que a veces termina las palabras y otras sólo las insinúa. Un trabajo de chinos al que dedico varias noches a la semana.
La carpeta que contiene esta historia, se llama AG/TU (o JU)/12, y el subtítulo está esta vez escrito en claras mayúsculas (¡Bien por él!): Nacimiento del turismo. Muy de mi padre. Sonrío mientras la vuelvo a abrir y la vuelvo a revisar y a releer.
Estas noches voy del pasado al futuro sin lograr que el “aquí y ahora” se materialice en algo concreto, en nada concreto. Observo otra vez que nuestros cerebros funcionan de forma parecida, como en racimo, dispersos y curiosos. Nos bifurcamos ambos con frases concatenadas y oraciones yuxtapuestas, pero las siglas me llevan a un lugar de contracción que me anima, a un sitio pequeño y que parece emocionante. La verdad es que me gusta pasar ratos con él entre las cajas.
Bueno, pues esta carpeta (la AG/TU (o JU)/12 ) contiene un artículo de Iker Seisdedos escrito (o fechado) en Rigi Kulm, un hotel que está en la cima del monte Rigi, a 1797 metros de altitud, con espectaculares vistas al lago de Lucerna, los Alpes y la meseta suiza. Este fue el destino del que se considera el primer viaje organizado de la historia. Fue en septiembre de 1863. El viaje lo organizó Thomas Cook con el objetivo de ver un amanecer desde este maravilloso enclave.
No estamos diciendo que Cook hubiera descubierto este lugar ni que fuera el primero en observar sus capacidades de embelesar al viajero, pero sí fue quien tuvo el olfato y los instrumentos para convencer a un grupo de 123 personas, que partieron de Londres y recorrieron Francia en tren, mula, barco, diligencia y caminando con el convencimiento de que un amanecer en la cumbre del monte Rigi merecía los rigores, el frío y el calor, la dureza de los caminos, la incomodidad de la ropa y el tiempo invertido en ir, estar y volver. De hecho, de los 123 solo llegaron 7 a ver el amanecer en la punta del Rigi, cuatro mujeres y tres hombres. Un amanecer que ya había sido descrito por viajeros románticos como Mendelssohn, Mary Shelley o Lord Byron.
Jemima Morrel, una de las cuatro mujeres que llegó a ver el tan deseado amanecer, recogió la experiencia de este viaje en un diario que apareció bajo los escombros en una casa de Londres tras los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y se publicó en 1963, cien años más tarde de este periplo. En él dejó constancia de su experiencia: “La vastedad del panorama era poderosa y sublime. En silencio contemplamos el cinturón dentado de las cumbres mientras despertaba el día sobre las 300 millas de montes, valles, lagos y pueblos que abarcaba nuestra vista”.
Este de Cook parece pues, si hacemos casos de lo que nos cuentan los escritores, periodistas y expertos de la OMT (Organización Mundial del Turismo), el primer viaje turístico de la época moderna, entendiendo como tal “el hecho de desplazarse sin mayor intención que la de matar el tiempo libre”. Esta concepción, que hoy es casi un derecho fundamental, era en aquél momento algo exótico. No es el viaje de descubrimiento, ni es el Grand Tour, ni es un desplazamiento obligado ni de conquista o guerra. El viaje turístico que Cook definió responde a un modelo concreto y asequible de viaje en atención al tiempo y al dinero, que hizo posible que los profesionales de clase media surgidos en la Revolución Industrial “fueran, vieran y volvieran a sus casas antes de finalizar sus vacaciones laborales”, en palabras de Deewes, periodista británico experto en turismo.
Thomas Cook, que era dueño de una modesta compañía de viajes que se convertiría años más tarde en una mega entidad multinacional que cotiza en bolsa y es dueña de barcos y aviones fue, según dice Deewes, un “abstemio y viejo predicador baptista que creó su compañía para brindar a sus compatriotas una opción de tiempo libre alternativa a la de la borrachera. Su particular revolución consistió inicialmente en ofrecer viajes en tren y comida a las localidades de Leicester y Loughborugh, o visitar la exposición mundial de Londres de 1851, o llevar a cabo pequeñas incursiones en el continente”. No obstante, dice también Deewes, “parece que visto adónde ha llegado el asunto del turismo de masas, fracasó en su empeño de cambiar las costumbres de un país de bebedores”.
He encontrado otra carpeta, la denominada Ayz (Ayuntamiento de Zaragoza)/archivo/000490. Son copias del Diario de Zaragoza de tres días consecutivos de octubre de 1890, unos años más tarde del viaje de Cook al monte Rigi. Relata la excursión de tres viajeros por la Sierra de Guara en burro, en carreta y caminando. Tres días en los que recorrieron algo más de 25 km. Un desplazamiento mínimo, si tenemos en cuenta las posibilidades (¿Ventajas?) que trenes, automóviles o aviones proporcionan en este momento a cualquier turista-viajero. Tres días en los que pernoctaron en casas grandes de familias adineradas de la zona y comieron en las pocas y horrendas posadas de finales del siglo XIX. Visitaron monasterios, eremitorios, pueblos y campos e incluso hicieron alguna pequeña cumbre. También, se da fe en los artículos de la visita a la cueva de Chaves. He pensado hacer este viaje con Chip. En primavera, mientras no abrasen las temperaturas en Guara y los arroyos bajen todavía con agua. Y caminando. Seguro que encuentro hotelitos de turismo rural, casas con encanto y alquileres a través de la plataforma de Air-bnb. Quizá una pena, quizá una conquista. Las cifras de la OMT tras la pandemia han vuelto a ofrecer números récord de desplazamientos turísticos, y sitúan a Francia y a España en la punta de la pirámide de las elecciones. Thomas Cook fue un visionario, sí. La era del viaje de ocio encapsulado y milimetrado llegó, nos inundó y todavía nos acompaña.
-Elena Parra-