Los montañeses solían ser prevenidos y observadores y antes de hablar habían estudiado la situación. La astucia estaba considerada como una virtud entre los montañeses y quien alegorizaba desde antiguo la estucia era la rabosa, que es el zorro. Este animal y su comportamiento influyó en la fraseología popular del somontano oscense y en la montaña.
Cuando había un grupo de personas de tertulia y hablaban en voz alta haciendo firme escaldarroz, es decir armando mucho griterío, alguién que llegaba en ese instante al corro de gente, a modo de saludo decía: “Jolio con ixe escaldarroz que haceís no entrara la rabosa.” La rabosa era muy desconfiada y cuando intuía a los humanos huía. Los niños y niñas que mostraban que eran muy espabilados y que tenían muchas picardías, en las conversaciones cotidianas los comparaban con las rabosas: “Menudo raboso serás si te acabas de críar.” Como serían espabilados se sabrían buscar la vida como hacían las rabosas. Como los rabosos rehuían el contacto con los humanos, pues eran perseguidas por sus latrocinios, vivían en barellons -quebradas-, de dificil acceso. Por este motivo cuando una senda eran dificultosa de andar, decían esta frase hecha: “¡Vaya senda de rabosas! Cuando las personas astutas tendína a amagar -esconder- sus intenciones y no te podías fiar de ellas, les aplicaban este giro costumbrista: “Ixos son mas traodores que todos los rabosos del monte juntos”.
Había una frase hecha del argot agrario muy empleada. Decía: “¡Ya has feito rabosa!” En la época del acarreo del cereal a la era para trillarlo, llevaban la garba o mies con caballerias y si en todos los días de acarrear no habías volcado la carga tenían derecho a lucir en el último viaje de mies un frondoso ramo florido. Por eso a este útimo viaje de acaarreo lo llamaban “a carga del ramo”. Para poder llevarlo era necesario que no hubíeras volcado nada de mies y demostraba la perecia del acarreador. Al que se le caía la carga de mies le decían que “había hecho rabosa” y no tenía derecho a lucir el ramo.
Pues si. Una fábula que atañe a una rabosa y a un buitre se desarrolló en la redolada de La Fueva. Estaba un día un buitre que era algo zapizo, lo que equivale a torpe. El buitre estaba comiéndose tranquilamente una pizca grande y se le acercó sigiliosa una rabosa. El buitre llevaba la pizca en el pico y empezaba a engullirla. La rabosa meditaba que ese día si engañaba al felalo -tonto- del buitre comería carne de baldes. Y enseguida ideó una trapaza -engaño-. La rabosa con voz sugerente dijo: “¿Buitre de sotabau -hueco- plumaje, de que aldea eres? El buitre dijo que era del pueblo de Palo y como para pronunciarlo abrió el pico de par en par, se le cayó la piza y la rabosa, más ligera que el cierzo, la cogió y la engulló. El buitre era rencoroso y estuvo mucho tiempo enojado. Un día vió que la rabosa llevaba un trozo grande de carne entre los dientes. El buitre pensó que se tomaría la revancha y preguntó al buitre: “¿Monina de que pueblo eres?” La rabosa contestó: “¡De Rañín, de Rañin!” Y como para pronunciar esa palabra se hacía con los dientes cerrados, no se le cayó la carne y el buitre se volvió a enojar y se marchó con cara de figo, es decir cariacontecido. Palo y Rañín son dos aldes pertenecientes a la comarca de La Fueva.
Mi primo hermano Ricardo Dieste, de Linás de Marcuello, me contó otra fabula de una rabosa que en una noche de tronada -tormenta-, estaba bajo una cerollera. Este árbol en castellano corresponde con la serval de cazadores. Tiene como fruto comestible las zerollas. Esa noche relampagueaba sin cesar y cada vez que caía un relámpago, como iluminaba la noche, la rabosa cogía una zerolla y se la comía. Como estaba contenta porque se estaba fartando de minchar, hartándose de comera, con cada relámpago cantaba: “Ralampandinga dinga, zerolica en cai”. O sea con cada exhalación se comía una zerolla. Pero tanto relampagueaba que una de las veces le cayó un rayo en la coda -cola- y se la zafumó -ahumó-. Y entonces cantaba: “Relapandinga dinga, pero no relampandingues tanto;”
Otra falordia o fábula tamién me la contaron en Linás de Marcuello. En esta ocasión también intervenían un buitre y una rabosa. También se tenían tirria o manía porque en muchas ocasiones se disputaban la comida. El buitre dorándole o pastel, o lo que es lo mismo halagando a la rabosa, le propuso: “Oye raboseta este mediodía hacen una boda en el cielo y si te subes conmigo menuda lifara que te darás.” Aunque la rabosa era astuta en oir lo de lifariar perdió la desconfianza natural en ella y se subió sobre el torso del buitre. El buitre decía: “¡No tendrás mala rabosa!” Presagiando que le iba a hacer pasar las de Caín que se decía. El buitre cuando estaba a mucha altura comenzó a contorsionarse y la rabosa que veía el precipicio se agarraba con las uñas a las plumas del buitre. Estas contersiones las repitió el buitre tres o cuatro veces más. La rabosa iba con o culo preto, es decir con miedo, y decía: “¡Si de esta en salgo y no muero, no quiero más bodas en el cielo.” Como el buitre en el fondo no era malintencionado la bajó hasta la tierra.
-Chusé Dieste Arbués-