Stéphane Mallarmé (1842-1898). El hecho es bien conocido: la vida de Mallarmé carece del más mínimo interés. Comienza a escribir poesía en la estela de Baudelaire y compone un buen puñado de poemas impecables, los contenidos en Herodías (1864), La tarde del fauno (1865) e incluso los de Los dioses antiguos (1879): “Una negra”, “Angustia”, “El cigarro”, “Don del poema”, “El mal sino”, “La tumba de Poe”…Pero en 1866 tiene una deslumbrante revelación: el Mundo era un Libro que él estaba escribiendo. A partir de ahí, se consagró –como un Dios- a crear un universo poético cerrado en sí mismo, autosuficiente, en el que las palabras se liberan de su carga significativa convencional, la sintaxis se disloca, el verso rompe con sus ataduras métricas y espaciales y se despliega libérrimo por la página hasta su consumación en el vacío tipográfico: fin, pero también principio del mundo, agujero blanco, silencio de la nada creadora, el imperio del azar eterno, la negación de la fatalidad. «Una tirada de dados jamás abolirá el azar», de 1897, su última obra, su testamento literario, ya no es para ser leído por los hombres. Como dijo Lezama Lima “sus páginas y el murmullo de sus timbres serán algún día alzados para ser leídos por los dioses”.
Selección de poemas:
1 – Si toda el alma – Voz: Chús Sanjuán
2 – La tumba de E. A, Poe – Voz: Manuel Alcaine
3 – Sobre el nombre de Pafos – Voz: Mª José Sampietro
4 – Una negra – Voz: Orión González
5 – Brindis fúnebre – Voz: Carlos Sangüesa
Si toda el alma…
Si toda el alma resumo
cuando lentamente espira
abolida y nueva espira
en cada espira de humo
algún cigarro compruebo
docto en arder aunque aprisa
no se aparte la ceniza
del claro beso de fuego
así al coro de canciones
que al labio vuela servil
suprime cuando lo entones
todo lo real por vil
que lo muy preciso estraga
tu literatura vaga.
Versión: Ulalume González de León
La tumba de Edgar Poe
Como en Sí Mismo al fin la eternidad lo cambia,
el poeta suscita con su espada desnuda
a su siglo espantado de no haber conocido
que triunfaba la muerte en esa voz extraña.
Hidra en vil sobresalto que antaño oyera al ángel
dar más puro sentido al habla de la tribu,
así anunciaron ellos el conjuro bebido
en la marea innoble de una mixtura negra.
¡Oh agravio si con suelo y con nubes hostiles
nuestra idea no esculpe algún bajorrelieve
con que la deslumbrante tumba de Poe se adorne!
Bloque en calma caído de un oscuro desastre,
que este granito al menos siempre ataje los negros
vuelos que la Blasfemia dispersa en el futuro.
Versión: Ulalume González de León
Sobre el nombre de Pafos…
Sobre el nombre de Pafos ya cerrados mis libros,
me regocija ver, por mi genio escogida,
una ruina por muchas espumas bendecida,
lejos, de victoriosos días bajo el jacinto.
Con silencios de hoz corra entonces el frío,
que yo no ulularé nenia alguna vacía
aunque el blanco retozo por los suelos prohíba
el honor de ser falso paisaje a todo sitio.
Mi hambre no se deleita aquí con fruto alguno
y en cada docta ausencia igual sabor encuentra:
¡que aromado y humano, de carne estalle uno!
El pie sobre una sierpe donde arde nuestro amor,
larga, perdidamente tal vez, en otro pienso:
de una amazona antigua el mutilado seno.
Versión: Ulalume González de León
Una Negra
Una negra por el demonio sacudida
Quiso en un niño triste gustar de nuevos frutos
Y criminales bajo su veste agujereada.
Esta voraz prepara sus trabajos astutos;
Con su vientre compara los airosos pezones
Y allá donde la mano no consigue ascender
Eleva el golpeteo sordo de sus tacones
Como una rara lengua torpe para el placer.
Contra la desnudez miedosa de gacela
Que tiembla, sobre el dorso, como un gran elefante
Enajenada aguarda y se admira y encela
Y ríe con sus dientes ingenuos al infante.
Y entre sus piernas donde su victima se acuesta,
Bajo la crin la negra piel abierta al azar,
La extraña boca su paladar manifiesta
Pálido y rosa como un caracol de mar.
Brindis fúnebre
a Théophile Gautier
¡Oh tú, de nuestra dicha el emblema fatal!
¡Salud de la demencia y pálida libación,
No a la esperanza mágica del corredor ofrezco
La hueca copa en que áureo monstruo sufre!
Tu aparición no habrá de serme suficiente:
Yo mismo te he guardado en un lugar de pórfiro.
El rito de las manos es apagar la antorcha
Contra el pesado hierro de la fúnebre losa:
Y apenas ignoramos que a nuestra fiesta vienes
Porque es fácil cantar la ausencia del poeta
Que este bello sepulcro encierra toda entera.
Si no es más que la gloria ardiente del oficio
Llegada la hora común y vil de la ceniza
Orgullosa descienda por el claro orificio
Y torne hacia los fuegos del puro sol mortal!
Magnífico, total y solitario, así
Tiembla ante el falso orgullo de los hombres.
Esta turba mezquina ya lo anuncia: que somos`
La triste opacidad de nuestro espectro futuro.
Mas desprecié el lúcido horror de una lágrima
Blasón de duelo que orna el vano muro
Cuando sordo a mi sacro verso que no lo alarma,
Uno de estos paseantes, ciego, impasible y mudo,
El huésped de su vago sudario, en el héroe
Virginal de la póstuma espera se transmuta.
Vasto abismo traído en la masa de bruma
Por el viento irascible de sus palabras tácitas,
La nada había abolido a este hombre hace mucho:
“Recuerdo de horizontes ¿qué es, oh tú, la Tierra?”
Clama el sueño y, voz de alterada claridad,
Todo el espacio juega con el grito “¡No sé!”
Al pasar el Maestro, con su mirar profundo
Del edén apacigua la inquieta maravilla
Cuyo espasmo final sólo en su voz aviva
Para el Lirio y la Rosa el misterio de un nombre.
¿De todo este destino queda algo todavía?
Olvidad, oh vosotros, creencia tan sombría.
El genio, espléndido y eterno, no arroja sombra alguna.
Yo, atento a vuestras ansias quiero volver a ver
Al que desvanecido ayer en la tarea
Ideal que nos imponen los jardines del astro,
Sobrevive para el honor del tranquilo desastre
Una agitación solemne por los aires
De palabras, púrpura ebria y clarísimo cáliz
Que, lluvia y diamante, la mirada diáfana
Posada entre las flores sin marchitar ninguna
Aísla entre la hora y la alborada!
Es el único sitio entre estos bosquecillos
Donde el poeta puro con gesto humilde y amplio
Impide el paso al sueño, enemigo de su arte:
Para que en la mañana de su reposo altivo,
Cuando la antigua muerte sea como para Gautier
No abrir ya más los ojos sagrados y callar
Surja, de la avenida tributario ornamento,
El sólido sepulcro que guarda lo que turba
El avaro silencio y la masiva noche.
Versión: Salvador Elizondo
Un pensamiento sobre “Malditos poetas. Stéphane Mallarmé”
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