
“Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. Una de esas batallas en las que se lucha hasta que todo queda como estuvo. No queréis destruirnos a nosotros, vuestros padres. Queréis sólo ocupar nuestro puesto. Para que todo quede tal cual. Tal cual, en el fondo: tan sólo una imperceptible sustitución de castas.”
Fragmento de El Gatopardo (Giuseppe Tomasi di Lampedusa)
Giuseppe Tomasi di Lampedusa, Príncipe de Lampedusa y Duque de Palma de Mentechiaro, nació en Palermo en 1896. Descendiente de una familia poderosa venida a menos, estuvo siempre muy ligado a su madre, quien ejercía una gran influencia sobre él. El autor sirvió en la I Guerra Mundial y fue capturado en Hungría, de donde escapó a Italia a pie. Comenzó a desarrollar una carrera diplomática, pero esta se vino abajo debido a sus ataques de pánico. En 1925 conoció en un viaje a la baronesa Licy Wolff Stomersee, con quién se casó siete años más tarde en Riga. Su vida matrimonial estuvo siempre marcada por la mala relación entre Licy y su madre.
En vida, lo único que publicó Di Lampedusa fueron algunos artículos periodísticos. Se vio obligado también a luchar en la II Guerra Mundial, de la que pudo liberarse pronto debido a la muerte de su padre, del que heredó sus bienes. Alrededor de 1954 comenzó a escribir su única novela, “El gatopardo”, que presentó varias editoriales siendo rechazada, causándole una gran amargura. Giuseppe Tomasi de Lampedusa falleció en 1957, víctima de un cáncer pulmonar, y fue tras su muerte, cuando finalmente fue publicada su obra, que obtuvo un inmenso éxito y ganó el prestigioso Premio Strega en 1959. La popularidad de la novela se incrementó gracias, en parte, a su adaptación al cine de la mano de Luchino Visconti, realizada en 1963.
La trama de esta obra se desarrolla en torno al príncipe de Salina, Don Fabricio Corbera, en cuyo escudo familiar aparece un gatopardo. Corbera es el centro del relato ya su alrededor giran los demás personajes: su mujer, el primogénito, las hijas, el ahijado, el jesuita Don Pirrone…La historia se desarrolla en el marco de la Sicilia de 1860, cuando está a punto de concluir el dominio borbónico y Garibaldi acaba de desembarcar en la isla. Se inicia un tiempo nuevo que los Salina, y con ellos la aristocracia siciliana, no comprenden, mostrándose incapaces de reaccionar de manera positiva así como de adaptarse a los acontecimientos. Sólo Tancredi intuye la transformación que se avecina y se enrola con los garibaldinos.
Lampedusa, en 1955, escribió unas páginas explicando su íntima necesidad de recuperar, a través de la memoria, su propia infancia. Se encontraba en un momento crítico, al borde de la vejez, y quería, con sus palabras, <<recobrar las sensaciones que había atravesado su organismo obedeciendo al imperativo de preservar lo que de otra manera se habría perdido para siempre>>. Aceptaba así la lección de Proust y descubría la atemporalidad de las emociones y de las impresiones, pero no pretendía, de ninguna manera, que su relación fuera una lírica evasión de su pasado; Quería permanecer él, sus sensaciones y experiencias, más allá del tiempo.
La certeza absoluta del irrefrenable fluir del tiempo hacia la nada determina poéticamente “El gatopardo”. El autor admiró en Stendhal su capacidad de ahondar a través de los estratos sucesivos de los recuerdos en búsqueda de la sensación más primaria y sincera, y pretendió hacer lo mismo. Por eso la obra no es un relato histórico, a pesar de su apariencia, sino que rompe la lógica y la sucesión cronológica de los hechos porque pretenden atenerse a emociones y experiencias que, claro está, se suceden conforme las van recuperando los personajes y no siguiendo una linealidad diacrónica. Lampedusa se centra en un motivo, la decadencia de la nobleza y, en el primer capítulo, retrata excepcionalmente a su protagonista.
Este, dueño de su casa y de su gente, administrador abúlico de su patrimonio, apasionado por la astronomía, logra que le respeten, incluso los garibaldinos. Asiste y consciente en el noviazgo de su ahijado, Tancredi, con la bellísima Angélica, una Sedara, es decir, alguién que no pertenece a su clase, símbolo de un tiempo distinto y representante quizás de una nueva aristocracia, la del dinero. En una escena de enorme sugestividad que Visconti logró plasmar en imágenes insuperables, Don Fabricio Corbera, Príncipe de Salina, dominado por el hastío y un presentimiento de muerte, saca a bailar a Angélica, introduciéndola con todos los honores en su propio mundo, y aceptando, sin nostalgia, el fin de una etapa.
Con ella concluye el drama del protagonista que esconde, a través de su ironía y su escepticismo, el dolor de saber que es el último de una dinastía, de una clase, de una etapa de la historia. Piensa el principe que <<el significado de un estirpe noble radica en sus tradiciones, es decir, en los recuerdos vitales>> y sabe que estos recuerdos no los mantendrá Tancredi, que representa, no una continuidad, sino la ruptura con un pasado que sólo él representa y que con él se agota y muere y, piensa, <<su muerte era en primer lugar la de todo el mundo>>. Ahora bien, la trama de la novela no se debe identificar con la biografía de un noble siciliano, reflejo del autor, sino que responde a la preocupación de Lampedusa por los problemas políticos y sociales de su país.
Así trata de encontrar las causas de un fracaso y se remontan para entenderlo y explicarlo a otro tiempo, el Risorgimento italiano, una etapa decisiva para la unificación de Italia. El escritor tiene una visión pesimista de la historia, observa el sur italiano y señala que su gente sufre un antiguo destino de frustración y fracaso. Entonces establece un perfecto paralelismo entre dos historias, que se entrecruzan en una ineludible interdependencia; la de un pueblo y la de una familia aristocrática. Los dos han perdido el auténtico significado de la realidad y su fracaso radica, en definitiva, en que ésta les rechaza. En la novela destacan como motivos esenciales una capacidad elegíaca que se tamiza a través de una corrosiva ironía y una preocupación por el tiempo absolutamente clave que desemboca en el tema de la muerte.
La muerte es un tema que obsesiona al autor, porque escribe su novela con el presentimiento de su próximo fin y esto se refleja en la obra de muy distintas maneras, desde las elecciones estilísticas hasta la visión de la realidad presidida por una idea de destrucción. Una idea que no depende directamente de la observación histórica, sino que está determinada por una concepción de la existencia claramente negativa, o sea, la vida abocada irremediablemente al vacío, a la nada. Así, podríamos decir, sin riesgo de exageración que “El gatopardo” reúne cualidades únicas. Su condición testamentaria le permite contar un mundo hondamente vivido. Parece decir a la postre que la veleidad humana supera con mucho el heroísmo y que el ser humano busca el acomodo, el pacto, la seguridad.
De esa forma un escepticismo levemente irónico permite que el Príncipe de Salina observe el mundo como algo superado, dejado atrás, de una evanescente y hasta dudosa realidad, un complejo tejido de seres y actos condenados a la nada y el absurdo, en medio del boato de una infancia perdida; y que pueda decir, acerca de los afanes contemporáneos: <<Todo debe cambiar para que permanezca igual>>.