RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN(Buenos Aires 1905-1974)Raúl Gonzàlez Tuñón comenzó su carrera literaria publicando en revistas como Caras y Caretas, Proa y Martín Fierro. Afiliado al Partido Comunista y activo militante, publicó su primer libro El violín del diablo, en 1926. Trabajó en el diario Crítica y fue designado corresponsal de guerra durante la Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia. Se casó con Amparo Mom y viajó a España, donde permaneció un año haciendo amistad con Pablo Neruda y Miguel Hernández.Regresó a Argentina y volvió a España durante la Guerra Civil. Junto a Neruda, abandonó el país cuando Madrid fue sitiada. Viajó a Chile y, durante un tiempo, vivió en la casa de Neruda. Luego, viajó a Rusia y China. Tiempo después, abandonó el trabajo de corresponsal radicándose en forma definitiva en Buenos Aires.De manera contradictoria para un militante comunista, se codeó con los integrantes del Grupo de Florida, formado por intelectuales elitistas y contrarios a toda manifestación popular, como Jorge Luis Borges y Oliverio Girondo. A la vez, tuvo amistad cercana con los del Grupo de Boedo en el que se destacaba Elías Castelnuovo que impulsaba una literatura realista de contenido social.González Tuñón fue uno de los principales exponentes del arte social argentino. Con las influencias de François Villon, Rainer Maria Rilke y Evaristo Carriego, sus poemas tienen como temas principales a los habitantes de la ciudad, los lugares y los pueblos de provincia. La calle del agujero en la media (del libro de igual nombre) es uno de sus poema más conocidos y de los que mejor representa su estilo. A continuación presentamos nuestra segunda entrega de la selección que realizamos de sus poemas.
SELECCIÓN DE POEMAS 2/2
11 – EL VISITANTE
“El poeta es un espía de dios.”
Cuando el invierno vele los fantasmas azules
de la niebla en el barrio
y ya sean memoria la mudanza, el entierro del gorrión,
el domingo,
y los libros se callen en las estanterías
para que vuelva sin temor el grillo
del hogar, fugitivo de un distante verano,
preguntará al olvido
dónde se oculta el espía del tiempo,
en qué relojería, en qué almanaque,
en qué caja de música
abandonada por un niño
y junto a cuál de las sutiles ventanas del crepúsculo
donde sólo hacia adentro puede asomarse uno
la saudade construye sus delicados puentes.
y desde qué clavel del aire
o qué alga marina, o qué arpa de Harpo Marx
apareciendo en un desván, de súbito,
el porvenir –que es poeta- nos mira.
12 – Blues de los pequeños deshollinadores
¿Te acuerdas de los turcos vendedores de
madapolán
y de los muñecos de trapo quemados en la
noche de San Juan?
¿Te acuerdas de los pequeños deshollinadores
y de los negros candomberos
y de mí que en las tardes de lluvia
detrás de los vidrios
miraba el paisaje caído en la zanja?
¿Te acuerdas del muro del día escalado, ardido
mordido como una
fruta?
¿Te acuerdas de María Celeste?
Pues hoy María Celeste es una
prostituta.
¿Te acuerdas de la tienda fresca, violeta, rosa
y el torcido y verde farol?
¿Te acuerdas de Juan el Broncero?
Pues Juan el Broncero es hoy
un ladrón.
¿Te acuerdas de los pequeños deshollinadores
oscuros, oscuros?
Pues hoy los pequeños deshollinadores son hombres
maduros
que chillan en las cantinas,
escupen polvo en las negras fábricas
y aguardan las putas fugaces
en los baldíos y las esquinas.
13 – Lluvia
Entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa.
Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios
abandonados. Otras veces cae con furia, y uno piensa en los
maremotos que se han tragado tantas espléndidas islas de
extraños nombres.
De cualquier manera la lluvia es saludable y triste.
De cualquier manera sus tambores acunan nuestras noches y la
lectura tranquila corre a su lado por los canales del sueño.
Tú venías hacia mí y los otros seres pasaban:
No habían despertado todavía al amor.
No sabían nada de nosotros.
De nuestro secreto.
Ignoraban la intimidad de nuestros abrazos voluptuosos, la
ternura de nuestra fatiga.
Acaso los rostros amigos, las fotografías, los paisajes que
hemos visto juntos, tantos gestos que hemos entrevisto o
sospechado, los ademanes y las palabras de ellos, todo, todo ha
desaparecido y estamos solos bajo la lluvia, solos en nuestro
compartido, en nuestro apretado destino, en nuestra posible
muerte única, en nuestra posible resurrección.
Te quiero con toda la ternura de la lluvia.
Te quiero con toda la furia de la lluvia.
Te quiero con todos los violines de la lluvia.
Aún tenemos fuerzas para subir la callejuela empinada.
Recién estamos descubriendo los puentes y las casas, las ventanas
y las luces, los barcos y los horizontes.
Tú estás arriba, suntuosa y bíblica, pero tan humana,
increíble, pero, tan real, numerosa, pero tan mía.
Yo te veo hasta en la sombra imprecisa del sueño.
Oh, visitante.
Ya es seguro que ningún desvío nos separará.
Iguales luces señaleras nos atraen hacia la compartida vida,
hacia el destino único.
Ambos nos ayudaremos para subir la callejuela empinada.
Ni en nuestra carne ni en nuestro espíritu nunca pasaremos
la línea del otoño.
Porque la intensidad de nuestro amor es tan grande, tan
poderosa, que no nos daremos cuenta cuando todo haya muerto,
cuando tú y yo seamos sombras, y todavía estemos pegados,
juntos, subiendo siempre la callejuela sin fin de una pasión
irremediable.
Oh, visitante.
Estoy lleno de tu vida y de tu muerte.
Estoy tocado de tu destino.
Al extremo de que nada te pertenece sino yo.
Al extremo de que nada me pertenece sino tú.
Sin embargo yo quería hablar de la lluvia, igual, pero
distinta, ya al caer sobre los jardines, ya al deslizarse por los
muros, ya al reflejar sobre el asfalto las súbitas, las fugitivas luces
rojas de los automóviles, ya al inundar los barrios de nuestra
solidaridad y de nuestra esperanza, los humildes barrios de los
trabajadores.
La lluvia es bella y triste y acaso nuestro amor sea bello y
triste y acaso esa tristeza sea una manera sutil de la alegría. Oh,
íntima, recóndita alegría.
Estoy tocado de tu destino.
Oh, lluvia. Oh, generosa.
14 – Juancito Caminador
Juancito Caminador…
Murió en un lejano puerto
el prestidigitador.
Poca cosa deja el muerto.
Terminada su función
-canción, paloma y barajatodo cabe en una caja.
Todo, menos la canción.
Ponle luto a la pianola,
al conejito, a la estrella,
al barquito, a la botella,
al botellón, a la bola.
Música de barracón
-canción, baraja y palomaflor de campo sin aroma.
Todo, menos la canción.
Ponle luto a la veleta,
al gallo, al reloj de cuco,
al fonógrafo, al trabuco,
al vaso y a la carpeta.
Su prestidigitación
-canción, paloma y barajael tiempo humilla y ultraja.
Todo, menos la canción.
Mucha muerte a poca vida,
¡que lo entierre de una vez
la Reina del Ajedrez
y un poeta lo despida!
Truco mágico, ilusión
-canción, baraja y palomaque todo en broma se toma.
Todo, menos la canción.
15 – El Poeta que murió al amanecer
Sin un céntimo, solo, tal como vino al mundo,
murió al fin en la plaza, frente a la inquieta feria.
Velaron el cadáver del dulce vagabundo
dos Musas: la esperanza y la miseria.
Fue un poeta completo de su vida y su obra.
Escribió versos casi celestes, casi mágicos,
de invención verdadera,
y como hombre de su tiempo que era,
también ardientes cantos y poemas civiles
de esquina y banderas.
Algunos, los más viejos, lo negaron de entrada.
Algunos, los más jóvenes, lo negaron después.
Hoy irán a su entierro cuatro buenos amigos,
los parroquianos del café,
los artistas del circo ambulante,
unos cuantos obreros,
un antiguo editor,
una hermosa mujer,
y mañana, mañana,
florecerá la tierra que caiga sobre él.
Deja muy pocas cosas, libros, un Heine, un Whitman,
un Quevedo, un Darío, un Rimbaud, un Baudelaire,
un Schiller, un Bertrand, un Bécquer, un Machado,
versos de un ser querido que se fue antes que él,
muchas cuentas impagas, un mapa, una veleta,
y una antigua fragata dentro de una botella.
Los que le vieron dicen que murió como un niño.
Para él fue la muerte como el último asombro.
Tenía una estrella muerta sobre el pecho vencido
y un pájaro en el hombro.
16 – Los ladrones
Los ladrones usan gorra gris, bufanda oscura y camiseta a rayas. Algunos
llevan una linterna sorda en el bolsillo. Por otra parte, se enamoran de
robustas muchachas, coleccionan tarjetas postales y a veces lucen un tatuaje
en el brazo izquierdo, una flor, un barco y un nombre: Rosita. Todos los
ladrones están enamorados de Rosita y yo también. Los ladrones saben
silbar, bajarse de los coches en movimiento y bailar el vals. Aman sobre todo
a la madre anciana y cuando ésta se les muere cantan un tango, lloran
desconsoladamente y de los objetos dejados por la muerta, a repartirse entre
los hermanos, eligen una virgen de plata y el canario.
Ven a verlos por la mañana
con la gorra hasta las orejas.
Han desvalijado a las viejas
del Asilo de las Hermanas.
Dilapidarán sus dineros
con mujeres y malandrinos
en pocilgas y merenderos,
en milongas y clandestinos.
Oirán un tango de Pracánico
y en lo del Pena ole con ole
mientras sueñan con Rocambole
las muchachas en el Botánico.
Del Parque Goal el payador
humedecerá sus mejillas
cantando sombrías coplillas
de sangre, de muerte y de amor.
A la noche con la mamúa
irán de pura recalada
a besar la crencha engrasada
que cantó Carlos de la Púa.
Y son humanos, inhumanos,
fatalistas, sentimentales,
inocentes como animales
y canallas como cristianos.
Ninguna angustia los desgarra.
Cada cual vive como quiere.
Cuando la madre se les muere
le ponen luto a la guitarra.
17 – Eche veinte centavos en la ranura
1. A pesar de la sala sucia y oscura
de gentes y de lámparas luminosa
si quiere ver la vida color de rosa
eche veinte centavos en la ranura.
Y no ponga los ojos en esa hermosa
que frunce de promesas la boca impura.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
El dolor mata, amigo, la vida es dura,
eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
2. Lamparillas de la Kermesse,
títeres y titiriteros,
volver a ser niño otra vez
y andar entre los marineros
de Liverpool o de Suez.
3. Teatrillos de utilería.
Detrás de esos turbios cristales
hay una sala sombría.
Paraísos artificiales.
4. Cien lucecitas. Maravilla
de reflejos funambulescos.
¡Aquí hay mujer y manzanilla!
Aquí hay olvido, aquí hay refrescos.
Pero sobre todo mujeres
para hombres de los puertos
que prenden como alfileres
sus ojos en los ojos muertos.
No debe tener esqueleto
el enano de Sarrasani,
que bien parece un amuleto
de la joyería Escasany.
Salta la cuerda, sáltala,
ojos de rata, cara de clown
y el trala-trala-trálala
ritma en tu viejo corazón.
Estampas, luces, musiquillas,
misterios de los reservados
donde entrarán a hurtadillas
los marinos alucinados.
Y fiesta, fiesta casi idiota
y tragicómica y grotesca.
Pero otra esperanza remota
De vida miliunanochesca.
5. ¡Qué lindo es ir a ver
la mujer
la mujer más gorda del mundo!
Entrar con un miedo profundo
pensando en la giganta de Baudelaire.
Nos engañaremos, no hay duda,
si desnuda nunca muy desnuda,
si barbuda nunca muy barbuda
será la mujer.
Pero ese momento de miedo profundo.
¡Qué lindo es ir a ver
la mujer
la mujer más gorda del mundo!
6. Y no se inmute, amigo, la vida es dura,
con la filosofía poco se goza.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
18 – POLKA DE LA TARJETA DE CARTÓN
(milonga)
¿Quién no conoció el peinado que usaba Misia Felicia,
Su pollera con bordado, su cara llena de risa,
Sus patios con emparrado, sus fiestas con pericón
Y quién no estuvo invitado con tarjeta de cartón?
¿Quién no conoció la gloria de matear bajo la parra
Cuando tocaban victoria los dedos en la guitarra,
Cuando el mísero colado salía por el balcón
Porque no estaba invitado con tarjeta de cartón?
Entonces un chorro fino caía en la canaleta
Haciendo su remolino saltarín en la pileta.
Si faltaban los de al lado se decía en la reunión
Que no estaban invitados con tarjeta de cartón.
Ah!, las reuniones comadre, comentadas por semanas,
Five o’clock tea de «Las Ranas», de la gente más compadre,
De los que recién llegados ligaban un ginebrón
Porque estaban invitados con tarjeta de cartón.
Reuniones de rompe y raja, de malevos orilleros
Que largaban la baraja cuando olían entreveros.
Chinas empingorotadas hacían sonar el tacón
Porque estaban invitadas con tarjeta de cartón.
Farolito a querosén del almacén de Profumo,
Mozos que se iban al humo si les seguían el tren.
Moños, cintas, charolados, puro corte y confección
Porque estaban invitados con tarjeta de cartón.
Época en que se formaba corrillo al cantor del bajo
Y Buenos Aires fumaba cigarrillos «Vuelta abajo».
Patios de cielo entoldado con estrellas de ocasión
¡Ah!, No haber sido invitado con tarjeta de cartón.
Polka de cintura fina y peinado a la banana,
Polka que fue la mañana de la milonga argentina,
Ya terminó tu función y yo nunca te he bailado
Pues nunca estuve invitado con tarjeta de cartón.
19 – Los voluntarios
(“Puente de los Franceses,
nadie te pasa,
porque los milicianos
¡qué bien te guardan!”
Qué bien te guardan,
sí, qué bien te guardan,
cubierta de ceniza
la madrugada.)
No preguntaron.
Vinieron de tierras subidas a los mapas.
Según la latitud
agrias o dulces, duras o fraternales.
Oh viajeros, con puñales, con rosas,
fotografías de jefes queridos,
de niños solos, lugares y muertes.
No preguntaron.
Así vinieron, nadie los llamó.
Un día llegaron a morir en los muros de la ciudad sitiada,
de la que sólo vieron sus orillas.
No preguntaron.
¡Tan delicadamente!
Qué aristocracia popular,
qué señores de la sangre
y qué ilustre morir
cuya herida explicaba
el secreto de la pólvora.
No preguntaron.
Ellos, los hombres de la primera columna voluntaria,
no preguntaron
¿cómo va el museo?
¿dónde están las mujeres y las coplas?
¿cómo se come aquí?
¿dónde está la taberna?
¿cómo se va a la catedral?
¿dónde está el cementerio?
ni cualquier otra cosa
que pregunta un viajero
que conoce la sed, el hambre, el mundo.
No preguntaron.
20 – Recuerdo de Manuel Tuñón (1934)
Era un obrero del bronce
aquel que en Mieres nació.
Fuese a América con barba
pero allá se la quitó.
Tenía yo nueve años
cuando un día me llevó
por entre los sobresaltos
de una manifestación.
Así nací al socialismo,
así comunista soy,
así sería si viviera
mi abuelo Manuel Tuñón.
En la Antigua Casa Snoke
treinta años trabajó.
Algo dejó que aún late
además de su reloj.
Solía beber vino en bota
como ahora lo hago yo
Un día dejó la fábrica
y al otro día murió.
Por la Antigua Casa Snokel
Pienso cuando paso yo
¡pena grande que no viva
mi abuelo Manuel Tuñón!
Pena grande que no viva
para verla como yo
a Asturias en pie de sangre
para la revolución.