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Marcos Ana, uno y muchos

9 diciembre, 2016 - Memoria Histórica, Poesía, Radio reportajes
Marcos Ana, uno y muchos

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(Ventosa del Río Almar, Salamanca, 1921 – Madrid, 2016)
Fernando Macarro Castillo -Marcos Ana- se traslada en 1929 con sus padres -Marcos y Ana- a Alcalá de Henares. En 1936 estalla la guerra civil, con quince años se presenta voluntario. A los 17 años se incorpora al ejercito en la Octava División. El fin de la guerra cae en el puerto de Alicante y es conducido al campo de concentración de Albaterra, hasta su evasión. Marcha a Madrid donde es detenido y devuelto a prisión; es abril de 1939, y pasarán 23 años hasta ser puesto en libertad en 1961, con 41 años de edad. Serán largos años de tortura, privación y encierro. Allí nace su obra poética, vital y lúcida. En Noviembre de 1961 en libertad marcha a Francia donde inicia una vigorosa actividad cultural y política para restaurar la democracia en España. Falleció en Madrid el pasado día 24 de noviembre a los 96 años.

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MARCOS ANA, uno y muchos

“Yo conocí, como tantos compañeros, la pérdida de la libertad, sufrí la tortura, viví al borde de la muerte, cometieron conmigo las más humillantes vejaciones. Podía haberme convertido en una bestia llena de odio. Pero, al contrario, mi experiencia personal me llevó a la conclusión de que nunca sería capaz de ejercer la violencia contra nadie. Precisamente porque la he sufrido. La única venganza a la que yo aspiro es a ver triunfantes un día los nobles ideales por los que he luchado y por los que miles de demócratas y antifranquistas perdieron su vida o su libertad”.

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(Ilustración: Van Gogh, “la ronda de los presos” -1890-)

Estas palabras las pronunciaba Marcos Ana en 1962, en Londres, un año después de salir de la cárcel tras veintidós de condena. Resumen admirablemente su victoria personal, que es la victoria de la luz ática, el orgullo en que funda su superioridad la raza humana. La victoria de Teseo. “Podía haberme convertido en una bestia llena de odio”, dice. Lo cual equivale a admitir que podía haberse transformado en lo mismo que eran sus poderosos enemigos: una bestia, un monstruo, un minotauro. Pero eso hubiera supuesto la más humillante de las derrotas: convertirse en el enemigo.
El hilo de Ariadna conectaba a Teseo en las tinieblas del laberinto con la luz del mundo, le ligaba a los suyos, le recordaba que no debía perder su condición humana en la lucha contra el minotauro. Pues bien, en el caso de Marcos Ana fueron esos “nobles ideales” el hilo, la fibra sutil que lo mantuvo en contacto con la humanidad y que lo sostuvo íntegro en la calumnia, la vejación, la tortura. No consiguieron destruirle en el tenebroso laberinto administrativo de la dictadura franquista: no consiguieron llenarle el corazón de odio. Ahí está su victoria.
Su libro de memorias titulado Decidme cómo es un árbol se cierra con una cita del poeta turco Nazim Hikmet: “Has de saber morir por los hombres, y, además, por hombres que quizás nunca viste y, además, sin que nadie te obligue a hacerlo, y, además, sabiendo que la cosa más real y bella es vivir”.
Ahí está su victoria: la de uno y la de muchos. La de la luz, la del amor, la del vuelo libre. La de la vida. -Fernando Alcaine-

 

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“Ni un muerto, ni mil muertos, ni todos los muertos del mundo me pueden devolver a mí estos trozos de mi vida que yo he dejado en los patios y en las celdas de las cárceles. Lo único que me podría recompensar un poco la vida es ver triunfantes los ideales por los cuales yo he luchado, por los cuales ha luchado toda una generación”

LOS CHACALES  –  (Marcos Ana, in memoriam)

 

 

No hay realidad más compacta, más imponente que la de los cuatro muros de esta prisión. Parecen devorar cualquier cartel o fotografía o recuerdo afectuoso, cualquier coartada.
Al final de la tarde, una dividida racha de luz cae dentro de la celda desde el respiradero. Estas gruesas paredes me muestran, entonces, su humana faz.
Imagino a un albañil trabajando con destreza, cómo se gana un justo salario para mantener familia, necesidades. Aventuro incluso su imaginaria y anónima compasión. Él está sometido a las exactas líneas del plano trazado por un concienzudo arquitecto. Su trabajo ha de halagar a la idea de perfección de un comité técnico que lo examinará y comparará con otros y, finalmente, aprobará. El arquitecto recibe un generoso premio. Su plano reproduce con exactitud la mente del comité.
La mente del comité está subordinada a los designios de un ideólogo. Pero éstos no son más que la cumbre de un profundo barranco donde resuena el aullido desgarrador de los chacales.

– Fernando Alcaine-

 

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ALGUNOS DE SUS POEMAS

Decidme cómo es un árbol

Decidme como es un árbol,
contadme el canto de un río
cuando se cubre de pájaros,
habladme del mar,
habladme del olor ancho del campo
de las estrellas, del aire.

Recitadme un horizonte sin cerradura
y sin llave como la choza de un pobre,
decidme cómo es el beso de una mujer,
dadme el nombre del amor
no lo recuerdo.

¿Aún las noches se perfuman de enamorados
tiemblos de pasión bajo la luna
o solo queda esta fosa,
la luz de una cerradura
y la canción de mi rosa?

22 años, ya olvidé
la dimensión de las cosas,
su olor, su aroma,
escribo a tientas el mar,
el campo, el bosque, digo bosque
y he perdido la geometría del árbol.

Hablo por hablar asuntos
que los años me olvidaron.

No puedo seguir:
escucho los pasos del funcionario.

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Sueño de libertad

Si salgo un día a la vida
mi casa no tendrá llaves:
siempre abierta, como el mar,
el sol y el aire.

Que entren la noche y el día,
y la lluvia azul, la tarde,
el rojo pan de la aurora;
La luna, mi dulce amante.

Que la amistad no detenga
sus pasos en mis umbrales,
ni la golondrina el vuelo,
ni el amor sus labios. Nadie.

Mi casa y mi corazón
nunca cerrados: que pasen
los pájaros, los amigos,
el sol y el aire.

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Su herida golpead de vez en cuando;
no dejadla jamás que cicatrice:
que arroje sangre fresca a su dolor,
y eterno viva en su raíz el llanto.
Si se arranca a volar, gritadle a voces
su culpa: ¡qué recuerde!
Si en su palabra crecen flores, nuevamente,
arrojad pellas de barro oscuro al rostro;
pisad su savia roja.
Talad, talad, que no descuelle el corazón
de música oprimida.
Si hay un hombre que tiene
el corazón de viento,
llenádselo de piedras
y hundidle la rodilla sobre el pecho.
Pero hay que tajar noche
– tajos de luz- para llegar al Alba
y acuchillad los muros de las heridas altas
y ametrallar las sombras con la vida
en las manos
sin paz,
amartillada.
Tengo más vidas que un gato:
me muero siempre, y me mato
un poco cada vez que muere
cualquiera de mis hermanos:
la hierba, ratones, las tías, los gitanos,
los peces, los pájaros, los invertebrados,
las moscas, los niños, los perros, los gatos,
la gente, el ganado, los piojos que mato,
los bichos salvajes, los domesticados,
y que pena, si mueres, de los pobres gusanos.
Tú arranca:
yo oigo gritar a las flores.
Allá tú con tu conciencia,
yo soy cada día más malo;
estoy perdiendo la paciencia.
Tú arranca,
yo aprendo como aguilucho.
Vuelo a un mundo imaginario
(No puedo seguir: escucho
los pasos del funcionario)

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